Setenta balcones y ninguna flor

A Buenos Aires y a mi nos une el amor y el espanto.

Me encanta caminar por el centro y admirar la arquitectura, quedar con tortícolis a fuerza de llenarme de cúpulas y rejas con arabescos de hierro, singulares para cada piso. Aborrezco el ruido, el tránsito, la marea humana que te lleva y no te deja detenerte un instante a contemplar.

Hace unos días mi mirada se posó en este edificio, y recordé de inmediato el poema de Baldomero Fernández Moreno:

Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?

La piedra desnuda de tristeza agobia,
¡Dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta bobo de ilusiones?

¿Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín?

Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave…

¡Setenta balcones y ninguna flor!