Eternidad

A partir de la lectura colectiva de la Divina Comedia

Paraíso, canto 29. Dice Beatriz: «el eterno Amor, en su eternidad, antes que el tiempo fuese y de un modo incomprensible a toda otra inteligencia, se difundió según le plugo creando nuevos amores. No es decir que antes permaneciera ocioso y como inerte, pues el proceder el espíritu de Dios sobre estas aguas no tuvo antes ni después.»

La eternidad es algo que no nos entra en la cabeza, en realidad, ningún absoluto nos entra en la cabeza. Históricamente llamamos Dios a ese absoluto: que no tuvo ni principio ni final, que desde siempre y por siempre «es», «está», que contiene al todo, es decir, no hay nada fuera de él. La eternidad es el no-tiempo; mortales como somos, sujetos al devenir, nos es imposible imaginar una realidad donde no haya tiempo, donde las cosas estén suspendidas por siempre.

Luego Beatriz retoma aquella crítica de Pedro a quienes tienen a su cargo a la Iglesia, pero de una manera más indirecta. Los acusa de tergiversar el mensaje del Evangelio. Nuevamente podemos entender esta crítica en el marco de los cuestionamientos de la época que van a llevar a la iglesia a zanjar diferencias y establecer dogmas en el Concilio de Trento del siglo XVI. En todo caso, siguiendo hoy el Catecismo de la Iglesia católica, se afirman como verdades evangélicas un montón de cuestiones que en realidad fueron definidas, fijadas y establecidas hace poco más de 200 años.

Sin embargo, ¿podemos cuestionarlos? Es humano dudar, preguntar por lo que no se conoce, intentar comprender. Y está claro que, por lo que expresa Beatriz, sólo los ángeles tienen acceso a ese conocimiento absoluto que radica en la mente de Dios, a ese todo donde no hay saberes por fuera. Los humanos intentamos acercarnos, y está bueno que así sea. En todo caso, una y otra vez nos encontramos con el milagro, como sucede muchas veces con las personas de ciencia, y eso nos lleva a creer un poco más.