La ceguera de la envidia

A partir de la lectura colectiva de la Divina Comedia

Purgatorio, canto 13. Envidia viene de la expresión «in videre»: poner los ojos sobre algo. Ese algo es ajeno. Ese algo es diferente a lo nuestro. El problema del envidioso es que siente que sin eso que tiene el otro, no será feliz, y le da bronca que otro disfrute lo que él no tiene. Tal vez no se da cuenta de todo lo que tiene y lo haría feliz que el otro no tiene.

Los envidiosos llevan los ojos cosidos. No hay sabido ver las cosas buenas que han tenido, sino sólo las de los demás. Al no tenerlas ellos, han deseado el mal. Envidia es egoísmo, querer todo para sí y no darse nunca por satisfecho. Pienso, qué tristeza vivir con ese grado de insatisfacción, sentir que nunca nada es suficiente y que todos los demás tienen más que uno.

Todos tenemos carencias, y ante otro que tiene y disfruta de aquello que a nosotros nos falta, podemos tomar dos caminos. O nos alegramos por él, porque tuvo lo que nosotros no; o sentimos la bronca de nuestra carencia y un sentimiento de injusticia porque el otro tiene y yo no.

Al final siempre se trata de qué actitud tomamos ante el vaso: vemos la parte llena o la parte vacía? Ver la parte llena no es negar el vacío, sino regocijarse en lo que sí tenemos, y desde allí tomar valor para llenar lo que nos falta. Ver la parte vacía es perder de vista lo que sí tenemos y sufrir la carencia como total.

Cuando nos cosen los ojos, nos obligan a mirar lo que tenemos. Si no vemos lo de los demás, valoramos lo propio. Muchas veces despreciamos lo que tenemos y nos lanzamos en pos de lo que envidiamos. Es como coserse los ojos. Tarde o temprano echaremos de menos todo lo que despreciamos. Aprendamos pues, a valorar y agradecer lo que tenemos. El problema de todos los pecados, en definitiva, es cómo nos relacionamos con los demás, y el lugar que les damos frente a nosotros mismos.