Escapada a Mendoza

Puente del Inca

El tango dice que “siempre se vuelve al primer amor”. En 1996, una adolescente fue una semana en vacaciones de invierno a Mendoza y se enamoró de la provincia. Mi prima vivía allí, en General Alvear. Tenían una finca de frutales con su marido. Aquella semana me marcó: amé la ciudad capital, sus árboles, sus acequias, su escala humana, y me dije que podría vivir tranquilamente allí. Pero nunca volví… la cordillera la crucé un par de veces, de paso a Chile (siempre es un placer), pero nunca hice pie en la provincia de mis amores, y lo seguía siendo, pese a que la vida me fue llevando a recorrer el resto del país.

Hoy volví. Me escapé tres días, en micro. Me instalé en mi monoambiente en las “afueras”, a diez cuadras de Plaza Independencia. La caminé, la respiré, la medité, la saborié, la sentí. Me reencontré y me volví a enamorar. Y me quedé con ganas de volver… pronto.

Aunque empezó más o menos, el viaje luego levantó y terminó bien arriba. Y como todo viaje, aunque corto, trajo a otra vistiendo mi cuerpo. Me permitió tomar distancia, pensar y pensarme, y hacerme volver llena de preguntas y replanteos como para enderezar ciertos rumbos.

  1. Escaparse. Mendoza fundacional, el ferrocarril y la gentryficación
  2. La tierra del Sol y el buen vino: la obligada visita a las bodegas
  3. La cumbre de América: un paseo adendrándose en la cordillera