Venganza y ríos de sangre

A partir de la lectura colectiva de la Divina Comedia

Ilustra: Gustave Doré

Infierno, canto 12. Un “río de sangre en el cual hierve todo el que por medio de la violencia ha hecho daño a los demás” (Inf 12). Un espacio recorrido por los centauros, que van disparando flechas a “toda alma que sale de la sangre más de lo que le permiten sus culpas” (Inf 12). Terrible la descripción…

Lo que me llamó a atención es que allí en este lugar conviven muchas veces aquel que fue víctima con su victimario. ¿Cómo es esto? Tan simple como que el que fue violento y obró contra alguien causándole la muerte o un gran dolor, convive ahogándose en sangre con el que, sumido en el odio, vengó esa primer violencia y mató o causó dolor a la vez.

Me acordé del Chavo del ocho, que decía que “la venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”. El rencor y el odio que nos mueven a la venganza, nos terminan ahogando; creo que fundamentalmente porque nunca alcanza. La violencia nos hiere y deja una huella que nunca se va; cuando nos vengamos, en algún punto lo que buscamos es que algo sane esa herida, elimine esa cicatriz y devuelva el orden de las cosas a como era previamente. La venganza, una vez consumada, nos muestra que no es suficiente. Que seguimos teniendo el mismo dolor, que la realidad no se ha restaurado. Me animo a decir que incluso que estamos peor que antes: el dolor se ha acrecentado por la angustia de que justamente nuestra acción ha sido infructuosa. Aquí recuerdo la película “El golpe”, donde Robert Redford y Paul Newman pergenian toda una venganza pese a que uno ha advertido al otro que nunca será suficiente…

¿Y qué nos queda? Creo que nos queda el perdón… el perdón no afecta al otro, me afecta a mi. El perdón me libera a mí del otro: lo dejo ir, lo separo de mí, lo dejo en manos de la justicia (la que gusten, divina, universal, karma…); por lo que dice Dante, se hervirá tragando sangre toda la eternidad. El perdón es lavar nuestra herida para que cierre lo más sanamente posible y aceptar que estará allí. Justamente, como quedará la cicatriz, el perdonar no es olvidar: lo que se perdona y se olvida es porque no ha sido trascendente. Si perdono, no olvido: es como una tregua, un pacto de no agresión, pero genera un cambio en nuestra actitud; es poner el límite y protegerse sin agredir de posible nueva violencia en el futuro. Cuesta, sí; pero no creo que sea imposible.

Digo, los otros días nos preguntábamos cómo no caer en estas clasificaciones de condenados que vemos cada canto… bueno, al menos en el día de hoy, tenemos una alternativa posible.