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No sé si sucederá por otros lados del mundo. Aquí el tiempo del mundial es un tiempo de buen humor generalizado que dura lo que dure la selección en el mundial. Y claro, cuando nuestro equipo juega, el país se detiene casi por completo.
El sábado Argentina quedó fuera de Sudáfrica 2010, clasificando entre los 8 mejores y superando mis expectativas. Habrá que esperar otros 4 años para que la fiesta y las expectativas se renueven. Pero antes de que volvamos a la rutina, quiero dejar algunas postales de este nuevo mundial vivido.
Me gusta el tiempo mundialista porque hay una sensación de entusiasmo general; es el tema de conversación con el que todos se divierten, sepan más o menos. Todos se animan a hacer conjeturas de quién pasará a la siguiente etapa, analizar partidos, disfrutar del juego. Y lo mejor: nadie se siente ofendido. Las discusiones más acaloradas no terminan en pelea sino, a lo mejor, en una apuesta; aunque siempre, siempre todo desemboca en la historia de los mundiales y nuestros recuerdos y percepciones de tiempos gloriosos. ¿Las mías? Mi papá gritando los goles en México 86, mientras me llamaba la atención la sombra en forma de araña sobre el mediocampo del Estado Azteca. Las apuestas con el portero de la primaria antes del partido con la Unión Soviética en el 90… el 90, siempre… que mundial!! El gol de Caniggia dejando fuera a Brasil, la agonía de los penales con Yugoslavia, el Goyco heroico dejando fuera a Italia… y la canción «Notti magique» que debería ser la canción de todos los mundiales. Para todo argentino el mundial del 90 fue especial… y pensar que pasaron 20 años, y que mis alumnos ni siquiera recuerdan lo que era que Maradona jugara el mundial, ni lo que es llegar a la final…
Durante el mundial en la escuela empieza a circular la información más actualizada de los países participantes, y todos se transforman en un atlas caminante capaz de recitar los datos de los 32 participantes. Y luego viene el debate, ¿qué hacer cuando Argentina juega un día de semana? Les ponemos falta, no les pasamos falta, desalentamos a que vengan, les ponemos la pantalla gigante… De más está decir que el día de partido de la selección, nadie estudia, vayan o no a la escuela. Y que durante este mes los auriculares escondidos bajo las capuchas, las bufandas o el pelo largo están a la orden del día.
Como cuando se acercan las fiestas de fin de año, la gente te pregunta: «¿con quién viste el partido?» «¿con quién ves el próximo?» «Lo vi con mis amigos, hicimos una picadita a las tres de la tarde». «Lo vi con mi familia». «Me quedé solo y tranquilo en casa.» «Salí como dos horas antes de mi casa para llegar a verlo en el trabajo.» «Entré al trabajo una hora antes y me fui una hora después para poder cortar al mediodía e ir a verlo al bar de la esquina!!».
A mi me da lo mismo; lo veo por la tele y si no disfruto igual el relato de la radio. Me quedo con mi papá, aunque no me gusta que se haga tanta malasangre. Esta vez compartí uno con Vero. Pero siempre tejiendo, o al menos con un mate. No soporto la ansiedad!! La bufanda negra de Gonza, mi capita celeste, todo avanza al ritmo del cronómetro mundialista.
Argentina quedó fuera, pero Uruguay está dentro. El viernes, en paralelo con el arrio de la bandera, la Celeste se jugaba el paso a la semifinal frente a Ghana. Sonaba la canción a la bandera y mis alumnos se mordían los dientes porque sabían que había penal para los africanos en los últimos suspiros del alargue. Cuando sonó el último acorde de la canción patria, un grito ahogado que pareció al de un gol resonó en la escuela. El arquero uruguayo había atajado el penal y había alcanzado el pase a los penales. Me quedé dentro, escuchando la radio con los profesores, y de afuera nos llegaron los festejos de nuestros chicos, reunidos en la esquina con las radios siguiendo paso a paso el triunfo de los vecinos.
Me tocó andar por la calle la tarde del partido contra Corea: un desierto; por allí, alguien con auriculares. Yo misma con mis auriculares esperando llegar a casa. En el colectivo, la radio a todo volumen, y los pasajeros, completos desconocidos, vibrando juntos ante el relato de los sucesos al otro lado del Atlántico.
Tras pasar la primer ronda, tras superar a México en octavos, volvió a tocar Alemania como 4 años atrás. El partido tenía sabor a revancha. Y justo nos cayó en el horario en que debíamos rendir el final de un curso de formación docente que estábamos haciendo con mis colegas. Pasamos toda la semana planificando cómo levantar la clase para poder llegar a tiempo a casa, aún más que cómo presentar el trabajo que se nos pedía para aprobar. Finalmente lo conseguimos.
Me volví caminando bajo el sol de la mañana de sábado. Todos corrían, contaban los minutos. Y de repente, la calle quedó desierta. Sólo se veían las amas de casa de edad avanzada con sus bolsas de verdura, comprando como si nada. En la puerta de su negocio, asomaba la vendedora de ropa y miraba la calle desolada. De una ventana me llegó el grito: gol de Alemania. Después llegué a casa y me sumé al conjunto de espectadores.
Se acabó el mundial para nosotros, aunque queda aún una semana de partidos. Recomenzamos otra vez cuatro años de espera para volver a ilusionarnos, para volver a tener chance, para volver a tener un mes de buen humor general…