Memorias del tren

Tren Sarmiento, año 2001

Recién recibí un audio de whatsapp que decía más o menos así:

«Yo me considero naif, pero vos sos más naif que yo… nunca te subas al furgón de un tren en hora pico.»

Cuando pregunté si le pasó algo, me dice que no. Pero que el viaje había transcurrido entre humo de faso, cervezas, música, caras buena onda y caras que te miran buscando por donde entrarte. Celular a la mochila, y mochila adelante, paradito al lado de la bici. Reflexionando que aquello parecía un boliche, y que para esa gente que sale de trabajar, que encara un largo viaje a su casa, el momento de relax empieza en el tren. Claro, quién sabe en qué trabajan, y seguro es llegar, bañarse, comer, tele y a dormir. Y mañana otra vez.

Escuchar los audios uno a uno me hizo recordar un montón de experiencias de los años en que yo andaba, naif como soy, arriba de los trenes. Peor, más naif que ahora porque tenía bastantes años menos. Se me dispararon las anécdotas… y se las conté por audio, agradeciendo el consejo y su deseo de protección. Aquí van.

Capítulo 1

Año 2001, la previa de la crisis. Año 2002, crisis atroz. La gente viajaba en el tren y lo iba desarmando por el camino para llevarse las cosas y venderlas como material. Los vagones ya no tenían vidrios, ni burletes, ni traba persianas. Todo lo que era material reciclable ya no estaba disponible. Yo tenía 19 años, empecé a cursar en el profesorado a la noche, y viajaba en el tren Sarmiento, al menos para ir. Tomaba el rápido de 18.05 que hacía Liniers, Flores, Once. En invierno, cruzaba la Plaza Miserere en noche cerrada.

Capítulo 2

Una tarde perdí el rápido y viajé en el común, que venía llenito. Me acomodé en un vagón más bien adelante, para pasar rápido en los molinetes de Once. Del furgón venía olor al humo de la marihuana y el sonido de las los hombres que vociferaban. De repente, gritos fuera de lo común: «pará flaco, pará, calmate flaco».

El tren entra a estación Caballito. Se escuchan forcejeos y gritos en el furgón. El tren no arranca. Cuando por fin sale, miro por la ventanilla: un tipo magro, con campera de cuero y expresión de guapo, pecheaba a uno que con las manos arriba le decía «no te calentés». Bastó un microsegundo para notarle el pánico en la cara, así como para ver que el flaquito patotero tenía los brazos colgando a los lados del cuerpo, y en la mano que daba al tren sostenía un revolver.

Y el tren se alejó lentamente, y no vi más. Luego tomó velocidad y la vida tomó otro rumbo.

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Una merienda en la London

Confitería London City

Domingo por la tarde, sin demasiado calor para la estación. El mensaje era sintético: «¿vamos a merendar?»

Tentado por mis andanzas recientes en los 36 billares y la foto de la suculenta merienda que le envié por whatsapp; entusiasmado por recorrer los bares notables y también el circuito de los bodegones de la ciudad; preguntándose por qué uno busca conocer tierras remotas cuando no conoce el patrimonio del lugar donde vive, la invitación era a arrancar el periplo de descubrir Buenos Aires en este primer mes del año. Y empezábamos por el estómago.

Salimos del subte en la estación Piedras de Avenida de Mayo. Ya desde abajo, desde la histórica arquitectura de la estación, se respira la tradición porteña, y peldaño a peldaño de la escalera va asomando la marquesina del café Tortoni. Pero no, el chocolate con churros en el bar más notable de Buenos Aires quedará para otra oportunidad, porque había cola y preferimos experimentar otra opción.

Caminando bajo los plátanos llegamos a la Plaza de Mayo, y de allí, a la calle Alsina. Buscamos la confitería Puerto Rico, que también se nos negó, porque está de vacaciones. Pero husmeamos entre la cortina metálica el interior oscuro del lugar, y nos entusiasmó para volver pronto. En la esquina, los Altos de Elorriaga y la Basílica de San Francisco, en restauración, testimonian el pasado colonial de la ciudad.

Cruzando a pie la plaza recordamos que el reloj de la legislatura estuvo años detenido a las 8:25, hora de la muerte de Eva Perón en 1952, ya que por ese entonces el edificio albergaba a la Fundación Eva Perón; y que recuperó su marcha y fue puesto en horario en tiempos recientes. También pensábamos en las grandes cúpulas desde donde se ve la ciudad; la experiencia del teatro en la cúpula Bencich, y la posibilidad de subir al mirador de la galería Güemes o del Palacio Barolo.

Todo eso lo pensábamos y conversábamos volviendo sobre nuestros pasos hacia la confitería London. En la esquina de Perú y Avenida de Mayo, la London extiende sus mesitas de mármol sobre la vereda al mejor estilo parisino, permitiendo a quienes toman un café dar la espalda a la vidriera mirando el transitar por la avenida. Adentro, el salón antiguo, magistralmente restaurado, nos recibió para merendar.

Citada por Cortázar, que la frecuentaba y la tomó como espacio para escribir en la década del 70 su novela Los Premios; y a una cuadra de la Plaza de Mayo, la London ha visto por sus ventanales el transcurrir de la historia por la Avenida de Mayo en la segunda mitad del siglo XX. Ocupa la planta baja de un edificio construido para la familia Ortíz Basualdo, que luego de 1910 se convirtió en una tienda Gath y Chávez; el café abrió sus puertas recién en 1954.

Confitería London City

Siempre tuvo una dinámica muy activa en su interior, ya que se trata de un café céntrico donde se detienen los funcionarios públicos de las adyacencias: legisladores, diputados, secretarios. Mucho antes, fue lugar de cita para los periodistas del Diario La Prensa, cuyo edificio lindaba con el de la confitería. Hoy nos recibió a nosotros en esta tarde de domingo. Té, cheese cake, tostado, medialunas, masas finas, y una conversación que nos fue llevando de un lado a otro, de la vida a los saberes, de las confidencias a las experiencias, de los sentires a los proyectos.

Entre las múltiples historias que guarda la London, ahora tiene el inicio de nuestra recorrida por los bares patrimoniales de Buenos Aires, así como los primeros esbozos de ciertos planes que comenzamos a pergeniar cuchareando al unísono una porción de cheese cake.

Los 36 billares

36 billares

Tarde fresca en la ciudad; el calor amainó un poco, y nos fuimos a merendar. Siguiendo con una sana costumbre, nos fuimos a un lugar lindo; a veces elegimos confiterías actuales, otras, como hoy, algún bar notable de Buenos Aires, de esos donde se respira historia y tradición en sus maderas, luces y mármoles.

Una merienda surtida

Hoy fuimos a los 36 Billares, y nos pedimos una super merienda para compartir con dos cafés con leche, jugo, postre Balcarce, pan dulce, cinco variedades de torta (de ricota, de manzana, brownie, pasta frola y lemon pie), tostado de jamón y queso, sandwich de miga y tostadas con queso y mermelada. Un lujo para empezar merendando y terminar cenando entre charla sobre viajes y catársis de la vida.

Este bar notable, fundado en 1894, está ubicado en Avenida de Mayo al 1200, ese sector de la Avenida donde se concentran los grandes íconos de la historia de la colectividad española de Buenos Aires: el Teatro Avenida, el Hotel Castelar, restaurants tradicionales de la gastronomía española, como El Imparcial, El Globo y Plaza Asturias; y los bares donde monárquicos y republicanos se reunían, calle por medio, para luego trenzarse en plena avenida durante la Guerra Civil española.

El bar abrió sus puertas cuando recién se había terminado la apertura de la Avenida de Mayo; y se convirtió en uno de los cafés donde los personajes de la política y la cultura se sentaban a tomar café al estilo parisino y a conversar de la actualidad durante las primeras décadas del siglo XX.

Ocupa la planta baja y el subsuelo de un edificio que en sus inicios fue de departamentos,  construido para la Compañía de Seguros “La Franco Argentina”, donde actualmente funciona un hotel. El local atraviesa la manzana y tiene salida también por Rivadavia. Inicialmente se había fundado sobre la entonces calle Corrientes, en 1882, instaurando la moda del juego del billar, hasta el punto que a la fecha de su mudanza a la flamante avenida, había en Buenos Aires un centenar de locales con mesas de billar. Actualmente, las mesas de billar funcionan en el subsuelo, combinadas con mesas de pool. También se puede jugar cartas, dominó y ajedrez, y algunas noches suelen presentarse distintos músicos populares especialmente del tango.

El frente guarda sus características originales de granito rojo con tres faroles que iluminan la entrada. Su interior se caracateriza por las típicas mesas de antiguo café porteño, el piso de granito rojo y una boiserie decorada con imporantes racimos de uvas tallados en madera. Las lámparas arañas que iluminan el salón son muy delicadas.

La entrada al subsuelo indica en su cartel «3 bandas, libre, cuadro, casí, sooker» el paso al otro sector de mesas de billar. Se puede decir decir que todo el lugar está organizado a fin de resgardar la privacidad de los jugadores: los sectores del bar y el juego están claramente separados por mamparas de vidrio.

Podemos encontrar que pasaron por allí un sinfín de personajes que constituyen la historia viva de Buenos Aires, entre en ruido de las bolas chocando entre sí y el aroma del café humeante. Los clientes más fieles del café, amigos que siguen viniendo desde hace más de 50 años, dicen que “el billar sirve de terapia”. Al mediodía podremos ver a los que se escaparon de la oficina mezclarse con jubilados jugando alguna partida. Pero entre las 17 y las 21 horas no quedará mesa libre. Hoy incluye también una pizzería, que no desplaza a las tradicionales picadas del copetín porteño, especialmente en la época de verano, acompañadas de una buena cerveza.

Baguette et fromage

Le Marché es una feria culinaria francesa. Se anuncia acompañada con música en vivo y otras actividades vinculadas con Francia. Pero el fuerte es la gastronomía: macarrons, pain au chocolat, croissant aux amandes… Ahí nos fuimos con Laura, dispuestas a comer algo rico y disfrutar del sol en el último fin de semana del verano.

Bueno. Debo decir que volví un poco decepcionada. Comimos un rico sandwich de pan integral con queso brie y vegetales… un poco caro para su tamaño y contenido. Luego los croissants y pains au chocolat anduvieron mejor. Un mundo de gente, muchas colas para todo.

Recordé la experiencia de Francia… donde la mayor gloria era darle un mordisco a la baguette crujiente que venías de comprar en una boulangerie en Saint Malo (fue sublime ese momento). El mejor menú era esa baguette con un pedazo de queso elegido del supermercado… de dos o tres euros, nunca más.

No escuché hablar francés, había un parlante con música francesa nomás. Y bueno, charlamos nuestras cosas, disfrutamos el sandwichito de berenjenas grilladas (lo comí bien despacito para hacerlo durar) y nos fuimos a caminar por barrio norte.

Ca y est… c’était tout… mais ca va. Valió la pena salir al sol.

Año nuevo chino

Danza del dragón

Este fin de semana se celebró el año nuevo chino. Para el pueblo oriental, se cumplen 4712 años de cultura, inaugurando el  año del caballo de madera. El año nuevo chino es una celebración llena de rituales, signos, mitología y leyendas que dan sentido y valores a la fiesta. En este sentido, que cada año tenga un animal viene de la leyenda de la carrera de los animales. Al igual que ella, la danza del dragón, la danza de los leones, y todos los demás elementos de la ceremonia tienen su significado y su base de leyenda.

En Argentina la comunidad china es grande, y tiene una fuerte concentración en Buenos Aires. En el barrio de Belgrano encontramos el barrio chino, donde año a año se celebra el año nuevo con los dragones danzando en la calle y las comidas típicas.

Este año se montó un escenario en las barrancas de Belgrano donde los chinos mostraron sus artes marciales, sus danzas y explicaron sus tradiciones. Además, incorporaron artistas chinos tales como una especie de Justin Bieber chino con pantalón rojo y chaqueta plateada que me hizo acordar a Hugh Grant bailando en la película Love Actually. También participó una cantante lírica china, que cantó una canción popular de su país. La celebración culminó con los fuegos artificiales, que para los chinos espantan los malos espíritus, la danza del dragón y la danza de los leones.

Pero además, fue una celebración de las colectividades. Armenios, brasileros, irlandeses entre otros mostraron sus danzas típicas, y un conjunto de tango mostró la integración argentino – china. Hasta aquí, todo seguía siendo normal, aunque alargaba el festival y el momento de ver los dragones y los fuegos artificiales que todos estábamos esperando.

Lo terrible fue que entre medio, se coló Marta Fort, madre de Ricardo, a cantar lírico sin ensayo previo (tal como ella misma confesó) y bastante desafinado con la cantante china. Claro, no sin antes elogiar a la medicina china, que ella le recomendó a su hijo Ricardo y que como él no le hizo caso por eso se murió (sí, lo dijo así tal cual). Luego le tocó el turno al monigote Plim Plim de un canal de Disney que todavía no sé que tiene que ver con la cultura china… Y el cierre patético estuvo a cargo de dos bandas; la primera, una banda desconocida que pedía una harenga que nunca llegó de un público que si se seguía quedando era porque quería ver los dragones. La segunda fue una «cantante pop» con sus bailarines de ropas brillantes y movimientos espasmódicos (las chicas no eran tan problemáticas cómo los varones, que con sus pantalones fuccia ajustados y brillantes y su chaqueta dorada se movían de manera bastante poco masculina…). Y yo seguía preguntándome qué tenía que ver con los chinos y su filosofía y esperando los fuegos artificiales.

La «frutilla del postre» fueron dos presentadores invitados, que frente al argentino de origen chino que condujo toda la tarde con uan habilidad increíble no fueron más que motivo de vergüenza ajena. Una de ellas, Gisela Barreto, cada vez que abría la boca era para destacar algo superficial y rozando la estupidez. Un bochorno.

No sé quién piensa los festivales, pero no deberían hacerlos tan largos y no deberían hacer tanta mescolanza, respetar el hilo conductor del evento y dar a la gente lo que vino a buscar. Todo lo demás sobra, rellena y nos da la idea de que hay mucha gente que de favor se cuela en estos eventos y los desvirtúa. Más cuando se trata de una cultura milenaria y rica como la china. En vez de un aprendizaje, termina siendo un tedio sintetizado en la frase de la canción: «soy un astronauta en una nave de cartón». Pobre cristiano no sé que habrá querido significar.

Lo que sí sé es que aprendí lindas cosas sobre la cultura china y sus valores, aún escarbando entre tanta «cultura pop» (nunca mejor puesto el nombre) desechable.

Postales mundialistas

Imagen extraída de aquí

No sé si sucederá por otros lados del mundo. Aquí el tiempo del mundial es un tiempo de buen humor generalizado que dura lo que dure la selección en el mundial. Y claro, cuando nuestro equipo juega, el país se detiene casi por completo.

El sábado Argentina quedó fuera de Sudáfrica 2010, clasificando entre los 8 mejores y superando mis expectativas. Habrá que esperar otros 4 años para que la fiesta y las expectativas se renueven. Pero antes de que volvamos a la rutina, quiero dejar algunas postales de este nuevo mundial vivido.

Me gusta el tiempo mundialista porque hay una sensación de entusiasmo general; es el tema de conversación con el que todos se divierten, sepan más o menos.  Todos se animan a hacer conjeturas de quién pasará a la siguiente etapa, analizar partidos, disfrutar del juego. Y lo mejor: nadie se siente ofendido. Las discusiones más acaloradas no terminan en pelea sino, a lo mejor, en una apuesta; aunque siempre, siempre todo desemboca en la historia de los mundiales y nuestros recuerdos y percepciones de tiempos gloriosos. ¿Las mías? Mi papá gritando los goles en México 86, mientras me llamaba la atención la sombra en forma de araña sobre el mediocampo del Estado Azteca. Las apuestas con el portero de la primaria antes del partido con la Unión Soviética en el 90… el 90, siempre… que mundial!! El gol de Caniggia dejando fuera a Brasil, la agonía de los penales con Yugoslavia, el Goyco heroico dejando fuera a Italia… y la canción «Notti magique» que debería ser la canción de todos los mundiales. Para todo argentino el mundial del 90 fue especial… y pensar que pasaron 20 años, y que mis alumnos ni siquiera recuerdan lo que era que Maradona jugara el mundial, ni lo que es llegar a la final…

Durante el mundial en la escuela empieza a circular la información más actualizada de los países participantes, y todos se transforman en un atlas caminante capaz de recitar los datos de los 32 participantes. Y luego viene el debate, ¿qué hacer cuando Argentina juega un día de semana? Les ponemos falta, no les pasamos falta, desalentamos a que vengan, les ponemos la pantalla gigante… De más está decir que el día de partido de la selección, nadie estudia, vayan o no a la escuela. Y que durante este mes los auriculares escondidos bajo las capuchas, las bufandas o el pelo largo están a la orden del día.

Como cuando se acercan las fiestas de fin de año, la gente te pregunta: «¿con quién viste el partido?» «¿con quién ves el próximo?» «Lo vi con mis amigos, hicimos una picadita a las tres de la tarde». «Lo vi con mi familia». «Me quedé solo y tranquilo en casa.»  «Salí como dos horas antes de mi casa para llegar a verlo en el trabajo.» «Entré al trabajo una hora antes y me fui una hora después para poder cortar al mediodía e ir a verlo al bar de la esquina!!».

A mi me da lo mismo; lo veo por la tele y si no disfruto igual el relato de la radio. Me quedo con mi papá, aunque no me gusta que se haga tanta malasangre. Esta vez compartí uno con Vero. Pero siempre tejiendo, o al menos con un mate. No soporto la ansiedad!! La bufanda negra de Gonza, mi capita celeste, todo avanza al ritmo del cronómetro mundialista.

Argentina quedó fuera, pero Uruguay está dentro. El viernes, en paralelo con el arrio de la bandera, la Celeste se jugaba el paso a la semifinal frente a Ghana. Sonaba la canción a la bandera y mis alumnos se mordían los dientes porque sabían que había penal para los africanos en los últimos suspiros del alargue. Cuando sonó el último acorde de la canción patria, un grito ahogado que pareció al de un gol resonó en la escuela. El arquero uruguayo había atajado el penal y había alcanzado el pase a los penales. Me quedé dentro, escuchando la radio con los profesores, y de afuera nos llegaron los festejos de nuestros chicos, reunidos en la esquina con las radios siguiendo paso a paso el triunfo de los vecinos.

Me tocó andar por la calle la tarde del partido contra Corea: un desierto; por allí, alguien con auriculares. Yo misma con mis auriculares esperando llegar a casa. En el colectivo, la radio a todo volumen, y los pasajeros, completos desconocidos, vibrando juntos ante el relato de los sucesos al otro lado del Atlántico.

Tras pasar la primer ronda, tras superar a México en octavos, volvió a tocar Alemania como 4 años atrás. El partido tenía sabor a revancha. Y justo nos cayó en el horario en que debíamos rendir el final de un curso de formación docente que estábamos haciendo con mis colegas. Pasamos toda la semana planificando cómo levantar la clase para poder llegar a tiempo a casa, aún más que cómo presentar el trabajo que se nos pedía para aprobar. Finalmente lo conseguimos.

Me volví caminando bajo el sol de la mañana de sábado. Todos corrían, contaban los minutos. Y de repente, la calle quedó desierta. Sólo se veían las amas de casa de edad avanzada con sus bolsas de verdura, comprando como si nada. En la puerta de su negocio, asomaba la vendedora de ropa y miraba la calle desolada. De una ventana me llegó el grito: gol de Alemania. Después llegué a casa y me sumé al conjunto de espectadores.

Se acabó el mundial para nosotros, aunque queda aún una semana de partidos. Recomenzamos otra vez cuatro años de espera para volver a ilusionarnos, para volver a tener chance, para volver a tener un mes de buen humor general…

Buenos Aires 1910

En estos días que está tan en el candelero la cuestión del Bicentenario de la Revolución de Mayo quiero dejar por aquí una huella de algunas cosas que he estado investigando últimamente sobre la ciudad y que me parecieron super interesantes… He aquí una pequeña semblanza de lo que era el microcentro hace 100 años.

Resulta ser que tras la epidemia de fiebre amarilla hacia 1870, las clases medias y altas trasladaron sus lugares de residencia hacia la periferia, buscando lugares más salubres. Surgieron así algunos barrios como Palermo, Villa Devoto, Caballito, de la mano de los transportes que se extendían desde el centro hacia la periferia. Claro está que los barrios de las clases más ricas eran aquellos que se encontraban más cerca y mejor conectados con el centro. De hecho, las clases altas conservaron su relación con la plaza central y su dependencia de ella, a cuyo alrededor surgieron centros de sociabilidad centrados en ciertas calles que dieron vida a la ciudad.

La Avenida de Mayo, inaugurada en 1894, se convirtió en uno de los ejes principales de la vida social de la ciudad. Sus anchas veredas arboladas fueron acompañadas por la instalación de hoteles, teatros y cafés, y pese al estilo francés de sus edificios, fue ocupada masivamente por la colectividad española. En ella se abrieron lujosas confiterías, donde se efectuaban las reuniones y los debates políticos de la época. Los teatros, restaurantes, clubes y cafés (que pronto comenzaron a ser frecuentados también por los representantes más prósperos de la clase media) satisfacían los deseos de los ricos de tener lo mejor y más reciente de Europa. Fue, como se la denominó en la época, “la calle de los cafés”, donde se reunían los artistas después de sus funciones en los teatros de la avenida. Uno de los más antiguos fue el Café Tortoni, fundado en 1858, done se reunían personas como Carlos Gardel, Marcelo T. de Alvear, Alfredo Palacios, que fueron asiduos parroquianos. Un grupo de bohemios hombres de letras ocupó luego la bodega del subsuelo: Benito Quinquela Martín, Baldomero Fernández Moreno, Leopoldo Marechal, entre otros. El movimiento político, social y cultural en torno a la Avenida de Mayo se completó con la instalación de la redacción los principales diarios de la época: La Prensa, La Razón, El Argentino, El País, Crítica, y otros.

Junto con la Avenida de Mayo, la calle Florida concentró pronto parte de la vida social, más asociada a los acontecimientos políticos. Allí se inauguró la Galería Güemes, primer pasaje público cerrado de cien metros de largo y una de las primeras construcciones monumentales de la ciudad. Asimismo, el mejor hotel de la ciudad, el Plaza, se ubicaba en esta calle y contaba con los primeros ascensores a vapor de la ciudad. En Florida se localizó la sede social del Jockey Club, y las grandes tiendas Harrod’s, cerca de Plaza San Martín, y Gath y Chaves en el extremo opuesto de la calle. Estas tiendas introdujeron en Florida el comercio en gran escala y fueron las primeras que implantaron el sistema de vidrieras que salían al encuentro del cliente, ejemplo rápidamente imitado y que dio a la calle su definitiva fisonomía de gran salón de lujo. Como en una analogía con dichas tiendas, Florida era la vidriera de la sociedad: desde la media tarde hasta la hora del crepúsculo, una sección de la calle quedaba cerrada al tránsito de vehículos y allí las parejas paseaban mirando las vidrieras y saludando a los conocidos.

Pero la gran vía donde se plasmó y se construyó la famosa noche porteña fue la calle Corrientes, en un kilómetro y medio desde el Bajo cerca del río hasta la calle Callao. Allí se establecieron en pocos años el Luna Park, un sinnúmero de casas de baile, teatros, cafés, casas de comida y cabarets. Así como los cafés de la Avenida de Mayo reunían a los artistas y cómicos del espectáculo, los cafés de Corrientes reunían a los hombres del tango; destaca en este sentido el café Los Inmortales. En 1931, la finalización de la línea de subterráneo que unió Chacarita con Leandro N. Alem bajo la calle Corrientes, incrementó el desplazamiento de población hacia esta arteria y la convirtió en el gran centro de oferta de espectáculos.

(Extraído y adaptado de  BARSKY, Julián y BARSKY, Osvaldo. La Buenos Aires de Gardel. Buenos Aires, Sudamericana, 2008)

En Pampa y la vía

Cada ciudad tiene sus dichos, de esos que al pensarlos parecen no tener sentido. Si hurgamos en el lenguaje cotidiano, estamos llenos de esas frases incomprensibles para un visitante, pero cuyo significado captan al instante los locales.

En esta ciudad, cuando uno no tiene plata solemos decir que “está en Pampa y la vía”. Esta frase tiene toda una historia que le da sentido y que muchas veces no conocemos. Es una historia que nace de las vivencias de la ciudad, vivencias que hoy solo son recuerdos, pero que quedaron grabadas en nuestro ser popular, y tienen vigencia a través del habla local.

Resulta ser que el Hipódromo Argentino de Palermo, tal como lo conocemos, fue inaugurado en 1876 en su actual emplazamiento sobre la avenida del Libertador, que inicialmente se llamaba Vértiz. Por esa época, también fue inaugurado el Parque Tres de Febrero, que fue construido sobre la estancia que era propiedad de Juan Manuel de Rosas. El hipódromo ocupaba el vasto terreno de alfalfares de la estancia.

Sin embargo, la historia de la frase se remonta a los tiempos del Hipódromo Nacional, anterior al actual, que se situaba donde hoy se alza el estado de River Plate. De hecho, quedan restos de la pista en el actual barrio River, en la calle que lo circunvala y que es curva.

Esa localización era alejada del casco de la ciudad, por lo que los apostadores debían tomar el transporte público para llegar allí. El problema se presentaba cuando los apostadores perdían hasta el último centavo y no podían comprar el pasaje para volver…

La empresa de transporte tomó una determinación: tras llevarlos gratis de regreso a la terminal, decidieron vender los boletos de ida y vuelta a los pasajeros que iban al hipódromo, de modo que todos tuvieran comprado el suyo aún cuando lo perdieran todo. Como el recorrido de la empresa de transporte tenía su cabecera en el cruce de la calle Pampa con la vía del ferrocarril, los burreros quebrados quedaban varados allí (en un lugar que era bastante inhóspito en esa época), y tenían que ingeniárselas para continuar viaje sin un centavo.

Por ello, cuando uno queda sin dinero, se dice que queda “en Pampa y la vía”, arruinado como aquellos viejos burreros de antaño, aguzando el ingenio para salir adelante.

Por mi barrio

«Si pudiera volver allí, ay! si pudiera,
si ya no reconozco ni el barrio,
lo devoró la hormigonera»

Así reza «Allí», la canción de Ismael Serrano, y siempre me acuerdo de ella cuando paso a diario por una de las esquinas próximas a mi casa. Estaba lindo hoy para andar en bicicleta… mucho sol, nada de frío…

Ya perdí la cuenta cuándo fue. Donde estaba la calesita donde pasé tantas tardes de verano, hoy está la antena de Movistar despidiendo radiación desde todos sus cacharros.

El viejo mercado, al que conocí con sus vendedores de verduras, los carniceros, polleros, achureros, pescaderos, el florista, el almacenero… hoy no existe, son edificios. Y su vieja estructura es una glorieta que nadie usa, perdida en una de las plazas contra el paredón de la comisaría.

La vieja fábrica de Teubal cayó bajo el peso del liberalismo de los 90, y hoy es Carrefour. Recuerdo vagamente la chimenea, y el pozo en la demolición, para hacer el estacionamiento del super…

Y donde estaba la escuela de pilotos de Aerolíneas Argentinas hoy hay un complejo de viviendas con dos torres mirando a la plaza. Otra víctima de los 90…

La panadería de Don Pascual, que nos daba el vigilante cuando mi hermano decía «Adía!!» son duplex hace ya varios años…

Si hasta las casas de enfrente se han transformado, y la de Tita, la viejita maestra que falleció, fue tirada abajo para hacer una más moderna…

Y yo no vivía ni era proyecto cuando levantaron el ramal de trencito, aunque caminando se ven sus huellas en las extrañas plazoletas finas y curvas…

Historias de mi barrio, que tiene muchas cosas que contar!!

Viejo y querido Subte A

El subte AEl subterráneo para mí tiene un significado especial, era una de esas cosas que me fascinaba de chica. Cada vez que iba al centro con mi mamá, esperaba que necesitáramos tomarlo.

En 1904, la lína A fue la primer línea de subterráneos de Sudamérica, y sus pasajeros hablaban del «pueblo de San José de Flores» sin imaginar que algo más de un siglo después esa misma línea tendría su cabecera en ese pueblo, ya integrado al tejido urbano. Hoy sus vagones de madera centenarios aún crujen al andar, y son pedazos de historia rodando por las vías, y encierran las historias particulares de cada uno.

Mis recuerdos infantiles están muy unidos al traqueteo del subte A. El día que a mi tía se le quedó el auto en Diagonal Norte y Florida, mi prima Ana nos pasó a buscar y nos trajo a casa con el subte A. Arrodillados en el asiento de madera, fuimos con mi hermano Martín con la nariz contra el vidrio mirando las vías más adelante. Aún hoy, al pasar por José María Moreno, recuerdo la parada donde nos tomamos el colectivo una vez que nos bajamos del subte, refunfuñando porque queríamos seguir.

Ni que decir las vivencias cotidianas de 10 años de profesorado… comenzando por el espanto que me dio la primera vez que al bajar me di cuenta que tenía que abrir yo la puerta de un tirón, porque no eran automáticas… Aún titilan sus lamparitas en ciertos puntos del túnel, y cruje aún detenido, esperando la luz. En esos momentos el silencio es tenso, y el rugir del subte que viene en el sentido contrario intensifica el nerviosismo al resonar en el túnel.

El otro día viví una situación así y me sentía dentro de «Moebius», esperando que ocurriera el pasaje a otra dimensión de la cual no es posible regresar, porque de eso trata la película: las consecuencias de extensión de la red es que los trenes pasan a otra dimensión y desaparecen de la nuestra. Si no la vieron se las recomiendo.

De todas las líneas sigue siendo mi preferida. Y la miro con ojos de turista: fascinada, sacándole fotos, esperando que no le llegue el progreso y que los viejos vagones sigan circulando. Porque mientras subsista uno de ellos, nuestros recuerdos están a salvo, y muchas historias de la ciudad también.