Amor en cada cosa

A partir de la lectura colectiva de la Divina Comedia

Paraíso, canto 26. Seis horas estuvo Adán en el Paraíso terrenal antes de desobedecer a Dios. Sólo seis horas, un cuarto de día. Desde nuestro origen nos cuesta vencer la curiosidad, respetar las reglas. No fue hambre, ni gula: fue soberbia. Como la que llevó a Dios a confundir las lenguas cuando los hombres trataron de construir la torre de Babel. Todas estas revelaciones están en este canto. Igual, aparece una teoría muy «moderna» en Dante en relación al dinamismo de la lengua: las lenguas cambian, la lengua de Adán había desaparecido hacía mucho cuando ocurrió el episodio de Babel: se había transformado. La lengua es una forma de codificar la realidad: el paso del tiempo modifica esa realidad, de manera que la lengua cambia. Pareciera que algo así quiere explicar Dante en boca de Adán.

Pero el canto empieza con la prueba a Dante sobre la tercera virtud teologal: la caridad, el amor. Sobre ella, Dante dice: «Todos los estímulos que pueden obligar al corazón a volverse hacia Dios concurren en mi caridad; porque la existencia del mundo y mi existencia, la muerte que Él sufrió para que yo viva y lo que espera todo fiel como yo, juntamente con el conocimiento antedicho, me han sacado del piélago de los amores tortuosos y me han puesto en la playa del recto amor. Amo las hojas que adornan todo el huerto del Hortelano eterno en la misma proporción del bien que Aquél les comunica.» Dante ve el amor de Dios en todas las cosas que lo rodean y lo agradece.

Nuestra tendencia natural pareciera ser fijarnos en la carencia: Adan tomó el fruto y desobedeció la orden de Dios porque era lo único que no tenía. Muchas veces los problemas nos abruman y pasamos por alto todas las cosas buenas que sí tenemos, de las que sí disponemos. No implica negar la carencia, sino afianzarse en algún lugar con alegría para conquistar aquello que nos falta.