Filosofía y música

Darío agradeció. Para él, quien va a ver un espectáculo de filosofía un sábado a la noche es un nerd. O un drogón. O un nerd drogón.

En todo caso, no son buenos los fanatismos, ni las sobredosis, y creo que eso pesó sobre mí. Es un buen espectáculo para el que nunca vio a Darío, un buen compendio de su interpretación filosófica. Tal vez un poco denso para un sábado a la noche (sería más adecuado un viernes y del todo dañino un domingo), ya que el sábado habitualmente uno trata de olvidar ciertas cosas y disfrutar más ligermente.

En mí faltó tiempo, distancia para decantar lo que escuchamos cada martes; para olvidar parcialmente, así la obra permitía recuperar viejos conceptos. Se ve que él tiene conceptos clave, textos representativos, lineamientos de pensamiento que aborda en todos los ámbitos. Es claro, siempre tiene un público renovado donde un par ya lo escucharon y para otro par es la primera vez. Por eso no conviene la sobredosis.

La obra es interesante… mecha reflexiones con canciones, ambas aunadas en tema. El amor, el tiempo, el lenguaje, la historia, lo religioso. Y siempre, el tema de la pregunta. Del otro que me define a partir de la diferencia. De que no encajar en el fondo está bueno, porque enriquece y presenta el desafío de congeniar, de aceptar sin entrar en crisis.

Recomendable para aquellos que gusten meditar los problemas de la existencia… y sean lo suficientemente nerds, o drogones, o nerds drogones, como para encarar la tarea un sábado  la noche.

Entre amigas

Para leer en forma interrogativa

Has visto,
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa.
Has tocado,
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amas.
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caída la fuga.
Has sabido
con cada poro de la piel sabido
que tus ojos, tus manos, tu sexo, tu blando corazón
había que tirarlos,
había que llorarlos,
había que inventarlos otra vez.

Hoy almorzamos con Jesi y Nati en un pequeño rincón tranquilo en el barrio de Agronomía, llamado Rayuela. El poema en la pared me pareció hermoso. Poco a poco encuentro poemas, cuentos y pequeñas lecturas de Cortázar (lo mismo me pasa con Borges), que me gustan, que me atraen, que encuentro interesantes; si bien el libro al que alude el nombre del bar lo padecí y lo terminé en un esfuerzo por ver si pegaba un giro y finalmente le encontraba un sentido.

Comimos una comida gourmet muy sabrosa, pero para mí lo mejor fue el cafecito con el budín de zanahoria con avena y nueces, perfumado de canela, que acompañó nuestra charla. Charla profunda; hablamos de la vida, la familia y los espectáculos que hemos visto, como solemos hacer; hablamos de nuestras amigas, con preocupación y cariño, y hablamos de libros, experiencias literarias. El bar nos llevó a hablar de nuestros acercamientos a los grandes escritores y a la filosofía. Fue super lindo conversar sobre eso.

La tarde estaba gris y fresca, pero tibio y soleado el corazón. Tenemos que repetirlo más seguido. Mientras tanto, voy a buscar la receta del budín. En internet alguna tiene que haber!!

Bailemos

El sábado fue un hermoso día de sol. Encontré en el Facebook unas visitas prometedoras al Museo de Arte Decorativo, sobre todo para un día otoñal tan lindo. Hay que aprovecharlo… poco a poco irán quedando menos. Pero dije: «mañana»… y me quedé adentro estudiando alemán. Ganó la fiaca.

Ayer llovía. Típico domingo, bastante bajoneante, se prestaba para quedarse atrapado por el sillón leyendo. Me arrepentí de no haber ido al museo el sábado… Y cuando todo hacía parecer que mi única salida del fin de semana iba a ser ir a cenar pizza con mi papá a la casa de mi tía el sábado a la noche, apareció la idea… ¿y por qué no? Aunque adore mis libros y disfrute enormente con ellos, sabía que en la semana me iba a reprochar si me dejaba ganar por la pachorra. Así que tuve que hacer el esfuerzo, pero me cambié, me maquillé, me peiné y me fui a La Viruta a bailar un rato.

La idea no me apareció de la nada. Hace unas semanas, Natalia quiso festejar su cumpleaños en La Viruta. Hacía años que no íbamos, tanto que casi lo había borrado de mi mapa de posibilidades para salir. Al principio fui con dudas, sobre todo porque Nati quería festejar; pero salí tan contenta que fue para mi un redescubrimiento crucial. Ese día del cumpleaños, como ayer, me encontré con un montón de gente como yo, probablemente sola, que había vencido la inercia del zapping en pantuflas del domingo deprimente para cambiarse y ponerle vida al domingo yendo a bailar un rato.

De La Viruta siempre me gustó la buena onda de todo el mundo. Todos ríen, todos se divierten y le ponen ganas al aprender. Cuando los profes dicen «cambio de parejas!!!» uno sonríe, agradece, y se encuentra frente a una nueva sonrisa dispuesta para seguir aprendiendo. Y bailar con paso, aprender a bailar hace que el baile sea algo muy entretenido y relajado. Se siente lindo bailar bien (o al menos intentarlo). Y se siente bien sabiendo que todos vamos a bailar nomás, sin mucha más intención.

Así que un poco de básico, ochos y 2×4; mas tarde el un dos rebote y las vueltas del rock… y la noche de domingo se animó. Hice sociales, me divertí, moví el esqueleto, y ahora empiezo la semana con otra energía y con otra sensación de bienestar.

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