Las problemáticas ambientales actuales han llegado a una situación en la cual ya no alcanzan los esfuerzos individuales voluntarios. Aún cuando una persona intente actuar de modo responsable, estamos en un contexto donde los efectos de su acción dependen cada vez menos las intenciones del autor y más de las condiciones propias del medio; y donde un individuo puede calcular los efectos a corto plazo de una acción, pero los efectos a largo plazo son impredecibles. De esto surge que cada vez más es necesario que las acciones se afronten en colaboración, con la participación activa de todos los actores involucrados en la problemática social y ambiental del mundo (es decir, de todos).
En este sentido, cobra importancia una nueva mirada de la ética denominada ética en tres dimensiones. Todo individuo que decide actuar éticamente, lo hace buscando el bien. Probablemente todas las personas en el mundo actúan en nombre del bien (a menos que sean supervillanos de Marvel). Sin embargo, el concepto de bien es subjetivo y adopta tantas concepciones como personas hay en el mundo. Por ello, la ética en tres dimensiones provee estrategias para analizar el comportamiento responsable desde el punto de vista individual, teniendo en cuenta que cualquier acto individual genera impactos en tres niveles: individual, social, mundial. De esta manera, la ética en tres dimensiones está fuertemente relacionada con el concepto de responsabilidad social.
Una primera dimensión de la ética es la individual: refiere a los impactos sobre la persona individual, obligada por la conciencia a obrar de acuerdo a la virtud. La segunda es una dimensión social, donde ya aparecen los impactos sobre la comunidad organizada. En este caso, si los impactos de las acciones dañan a la comunidad, existen leyes que los sancionan y regulan los comportamientos. La tercera dimensión es la más abarcativa, y refiere a la responsabilidad que tenemos como humanidad. Los impactos negativos en este nivel son los que atentan directamente contra la sostenibilidad y permanencia en el planeta.
Cuando nos pidieron en el foro que elijamos un ODS que nos represente y que lo analicemos desde la perspectiva de la responsabilidad social individual y la ética en tres dimensiones, me propuse el ejercicio consciente de analizar mis conductas cotidianas en términos de con qué ODS las puedo relacionar, de qué forma contribuyo (o no) a la realización de ese ODS, y de qué forma puedo mejorar mi conducta para colaborar mejor en el cumplimiento del objetivo.
Por el rol que tengo dentro del tejido social y la función que desempeño en él (soy educadora), identifiqué dos ODS como los que más me representan. Ellos son el ODS 12 de producción y consumo responsable; y el ODS 13 de acción por el clima.
En primer lugar, pude darme cuenta de hasta qué nivel todos los ODS están sumamente vinculados; básicamente encontré que las acciones que tomemos y los impactos que produzcan nuestras acciones involucran a más de un ODS. Así, focalizar la conducta responsable en un ODS nos lleva a aumentar también la responsabilidad en otros, de modo que la reflexión constante nos permite ir avanzando y orientando nuestras conductas a una consecución paulatina de los distintos ODS.
Por ejemplo, en relación al ODS 12, las prácticas responsables en este ODS tienen un profundo impacto en el ODS 13. Cada producto implica una huella de carbono en su producción y transporte; reducir el consumo o ajustarlo reduce esa huella de carbono. De esta manera:
– Ajustar el consumo a aquellos bienes que son necesarios, evitar el consumo superfluo, buscar la reparación de objetos, reduce de modo absoluto la huella de carbono.
– Elegir productos con menos packaging o con envases retornables, clasificar los residuos y realizar reciclado, reutilización y compostaje reduce la huella de carbono en tanto se reduce la cantidad de materiales necesarios para cada producto.
– Priorizar productos de empresas nacionales o locales que se produzcan en el país frente a los de empresas transnacionales, reduce la huella de carbono al reducir las distancias requeridas para el transporte de estos productos.
– Hacer un uso responsable de la energía, tanto en el hogar como en los desplazamientos, reduce también de modo absoluto la huella de carbono.
Podríamos identificar impactos positivos de estas conductas también en el ODS 14 de vida submarina, o en los ODS sociales.
En segundo lugar, caí en la cuenta de que yo puedo asumir la responsabilidad de ajustar mis conductas para que permitan el cumplimiento de los ODS, pero que al formar parte de un colectivo, sufriré los impactos igual que aquellos que no tienen conductas responsables.
Por ejemplo, retomando el análisis del ODS 12 y su relación con el ODS 13, puedo tener un consumo racional que tienda a reducir mi huella de carbono, aislando térmicamente mi casa, implementando techos verdes, cuidando la salud del árbol que está en la puerta de mi casa. Esto me permitirá hacer un uso racional de la energía, ajustando el termostato de mi aire acondicionado en 27°C en verano, procurando comer cosas que no requieran extensas cocciones (para no encender la cocina y calentar el ambiente). Esto implica una planificación y ajuste de mis conductas a las necesidades sociales y planetarias, y no a mis caprichos individuales. No obstante, si otras personas talan el árbol de su casa porque genera suciedad, usan el aire acondicionado en 18°C mientras hornean su comida, lo más probable es que la matriz energética no de a basto y suframos todos de los cortes de energía y las consecuencias de un aumento de la temperatura a nivel global, hayamos o no hecho un uso racional de la energía. Esto se debe a que formamos parte de un colectivo, y las acciones las debemos tomar entre todos. En este sentido, uno debe estar preparado para sufrir estos reveses y no desmoralizarse.
Por otra parte, debemos entender que en cierta forma el colectivo es una suma de partes individuales, y que también parte de nuestra responsabilidad es difundir la información con la que contamos y concientizar a nuestros semejantes. De modo que si veo que mi vecino está teniendo conductas poco sustentables, puedo en principio conversar con él para transmitir la conciencia: no ganamos nada con ver la situación y quedarnos sólo con el reproche. En este punto, en mi rol de educadora, he colocado la sustentabilidad como eje organizador de mis secuencias didácticas, motivando la reflexión continua sobre estos temas en las aulas. Tengo la confianza de que los niños, niñas y adolescentes formados en la conciencia ambiental permitirán una aceleración de los cambios, a la vez que son importantes agentes de socialización para sus entornos familiares.
En tercer lugar, identifiqué hasta qué punto estamos inmersos en una red donde la mayor parte de nuestras acciones generan un impacto enorme del que sólo somos conscientes cuando hacemos un ejercicio de reflexión profunda. Por ejemplo, me hice consciente de la inmensa huella de carbono que tiene el almacenamiento de mis archivos en línea, ya que es necesario el funcionamiento continuo de inmensos servidores para que mi información esté disponible de modo constante, y el consumo energético que requieren es enorme. Comencé a reflexionar que allí también hay una posibilidad de consumo responsable: ¿qué de todos los archivos que guardo en línea es verdaderamente esencial? ¿Qué puedo borrar para reducir las necesidades de almacenamiento? ¿Qué puedo almacenar en mi casa, en distintos dispositivos que se mantengan desconectados y que se conecten sólo cuando necesito recuperar esa información? Todos los días se aprende algo nuevo, se toma conciencia de un aspecto a mejorar, y aparece un nuevo desafío para ajustar nuestras conductas.
En conclusión, me di cuenta hasta qué punto debe cambiar nuestro modo de vida, hasta qué punto vamos a tener que resignar comodidades insospechadas. Me di cuenta hasta que punto no alcanza la conciencia individual, y cómo el cambio va a implicar disciplina para soportar los efectos adversos de conductas colectivas irresponsables, aún cuando nuestra conducta individual sea responsable. Implica asumir que aunque no nos guste, somos el colectivo, y si el colectivo anda mal, nosotros andamos mal. La solución más sencilla puede resultar en arrojar la culpa afuera y decir que no tiene sentido ser individualmente responsables si no se cambia nada. Sin embargo, la solución éticamente correcta desde las tres dimensiones, es asumir el poder que nos toca, por pequeño que sea, y desde la conciencia de la pequeñez de sus impactos actuar responsablemente, tal como nuestra moral, la sociedad y la humanidad lo requieren. De esta manera, si cada uno asume su rol, es que lograremos que el colectivo sea responsable y alcanzaremos las metas que proponen los ODS.