Reflexiones sobre la ética en tres dimensiones

Las problemáticas ambientales actuales han llegado a una situación en la cual ya no alcanzan los esfuerzos individuales voluntarios. Aún cuando una persona intente actuar de modo responsable, estamos en un contexto donde los efectos de su acción dependen cada vez menos las intenciones del autor y más de las condiciones propias del medio; y donde un individuo puede calcular los efectos a corto plazo de una acción, pero los efectos a largo plazo son impredecibles. De esto surge que cada vez más es necesario que las acciones se afronten en colaboración, con la participación activa de todos los actores involucrados en la problemática social y ambiental del mundo (es decir, de todos).

En este sentido, cobra importancia una nueva mirada de la ética denominada ética en tres dimensiones. Todo individuo que decide actuar éticamente, lo hace buscando el bien. Probablemente todas las personas en el mundo actúan en nombre del bien (a menos que sean supervillanos de Marvel). Sin embargo, el concepto de bien es subjetivo y adopta tantas concepciones como personas hay en el mundo. Por ello, la ética en tres dimensiones provee estrategias para analizar el comportamiento responsable desde el punto de vista individual, teniendo en cuenta que cualquier acto individual genera impactos en tres niveles: individual, social, mundial. De esta manera, la ética en tres dimensiones está fuertemente relacionada con el concepto de responsabilidad social.

Una primera dimensión de la ética es la individual: refiere a los impactos sobre la persona individual, obligada por la conciencia a obrar de acuerdo a la virtud. La segunda es una dimensión social, donde ya aparecen los impactos sobre la comunidad organizada. En este caso, si los impactos de las acciones dañan a la comunidad, existen leyes que los sancionan y regulan los comportamientos. La tercera dimensión es la más abarcativa, y refiere a la responsabilidad que tenemos como humanidad. Los impactos negativos en este nivel son los que atentan directamente contra la sostenibilidad y permanencia en el planeta. 

Cuando nos pidieron en el foro que elijamos un ODS que nos represente y que lo analicemos desde la perspectiva de la responsabilidad social individual y la ética en tres dimensiones, me propuse el ejercicio consciente de analizar mis conductas cotidianas en términos de con qué ODS las puedo relacionar, de qué forma contribuyo (o no) a la realización de ese ODS, y de qué forma puedo mejorar mi conducta para colaborar mejor en el cumplimiento del objetivo.

Por el rol que tengo dentro del tejido social y la función que desempeño en él (soy educadora), identifiqué dos ODS como los que más me representan. Ellos son el ODS 12 de producción y consumo responsable; y el ODS 13 de acción por el clima.

En primer lugar, pude darme cuenta de hasta qué nivel todos los ODS están sumamente vinculados; básicamente encontré que las acciones que tomemos y los impactos que produzcan nuestras acciones involucran a más de un ODS. Así, focalizar la conducta responsable en un ODS nos lleva a aumentar también la responsabilidad en otros, de modo que la reflexión constante nos permite ir avanzando y orientando nuestras conductas a una consecución paulatina de los distintos ODS.

Por ejemplo, en relación al ODS 12, las prácticas responsables en este ODS tienen un profundo impacto en el ODS 13. Cada producto implica una huella de carbono en su producción y transporte; reducir el consumo o ajustarlo reduce esa huella de carbono. De esta manera:

– Ajustar el consumo a aquellos bienes que son necesarios, evitar el consumo superfluo, buscar la reparación de objetos, reduce de modo absoluto la huella de carbono.

– Elegir productos con menos packaging o con envases retornables, clasificar los residuos y realizar reciclado, reutilización y compostaje reduce la huella de carbono en tanto se reduce la cantidad de materiales necesarios para cada producto.

– Priorizar productos de empresas nacionales o locales que se produzcan en el país frente a los de empresas transnacionales, reduce la huella de carbono al reducir las distancias requeridas para el transporte de estos productos.

– Hacer un uso responsable de la energía, tanto en el hogar como en los desplazamientos, reduce también de modo absoluto la huella de carbono.

Podríamos identificar impactos positivos de estas conductas también en el ODS 14 de vida submarina, o en los ODS sociales.

En segundo lugar, caí en la cuenta de que yo puedo asumir la responsabilidad de ajustar mis conductas para que permitan el cumplimiento de los ODS, pero que al formar parte de un colectivo, sufriré los impactos igual que aquellos que no tienen conductas responsables. 

Por ejemplo, retomando el análisis del ODS 12 y su relación con el ODS 13, puedo tener un consumo racional que tienda a reducir mi huella de carbono, aislando térmicamente mi casa, implementando techos verdes, cuidando la salud del árbol que está en la puerta de mi casa. Esto me permitirá hacer un uso racional de la energía, ajustando el termostato de mi aire acondicionado en 27°C en verano, procurando comer cosas que no requieran extensas cocciones (para no encender la cocina y calentar el ambiente). Esto implica una planificación y ajuste de mis conductas a las necesidades sociales y planetarias, y no a mis caprichos individuales. No obstante, si otras personas talan el árbol de su casa porque genera suciedad, usan el aire acondicionado en 18°C mientras hornean su comida, lo más probable es que la matriz energética no de a basto y suframos todos de los cortes de energía y las consecuencias de un aumento de la temperatura a nivel global, hayamos o no hecho un uso racional de la energía. Esto se debe a que formamos parte de un colectivo, y las acciones las debemos tomar entre todos. En este sentido, uno debe estar preparado para sufrir estos reveses y no desmoralizarse.

Por otra parte, debemos entender que en cierta forma el colectivo es una suma de partes individuales, y que también parte de nuestra responsabilidad es difundir la información con la que contamos y concientizar a nuestros semejantes. De modo que si veo que mi vecino está teniendo conductas poco sustentables, puedo en principio conversar con él para transmitir la conciencia: no ganamos nada con ver la situación y quedarnos sólo con el reproche. En este punto, en mi rol de educadora, he colocado la sustentabilidad como eje organizador de mis secuencias didácticas, motivando la reflexión continua sobre estos temas en las aulas. Tengo la confianza de que los niños, niñas y adolescentes formados en la conciencia ambiental permitirán una aceleración de los cambios, a la vez que son importantes agentes de socialización para sus entornos familiares.

En tercer lugar, identifiqué hasta qué punto estamos inmersos en una red donde la mayor parte de nuestras acciones generan un impacto enorme del que sólo somos conscientes cuando hacemos un ejercicio de reflexión profunda. Por ejemplo, me hice consciente de la inmensa huella de carbono que tiene el almacenamiento de mis archivos en línea, ya que es necesario el funcionamiento continuo de inmensos servidores para que mi información esté disponible de modo constante, y el consumo energético que requieren es enorme. Comencé a reflexionar que allí también hay una posibilidad de consumo responsable: ¿qué de todos los archivos que guardo en línea es verdaderamente esencial? ¿Qué puedo borrar para reducir las necesidades de almacenamiento? ¿Qué puedo almacenar en mi casa, en distintos dispositivos que se mantengan desconectados y que se conecten sólo cuando necesito recuperar esa información? Todos los días se aprende algo nuevo, se toma conciencia de un aspecto a mejorar, y aparece un nuevo desafío para ajustar nuestras conductas.

En conclusión, me di cuenta hasta qué punto debe cambiar nuestro modo de vida, hasta qué punto vamos a tener que resignar comodidades insospechadas. Me di cuenta hasta que punto no alcanza la conciencia individual, y cómo el cambio va a implicar disciplina para soportar los efectos adversos de conductas colectivas irresponsables, aún cuando nuestra conducta individual sea responsable. Implica asumir que aunque no nos guste, somos el colectivo, y si el colectivo anda mal, nosotros andamos mal. La solución más sencilla puede resultar en arrojar la culpa afuera y decir que no tiene sentido ser individualmente responsables si no se cambia nada. Sin embargo, la solución éticamente correcta desde las tres dimensiones, es asumir el poder que nos toca, por pequeño que sea, y desde la conciencia de la pequeñez de sus impactos actuar responsablemente, tal como nuestra moral, la sociedad y la humanidad lo requieren. De esta manera, si cada uno asume su rol, es que lograremos que el colectivo sea responsable y alcanzaremos las metas que proponen los ODS.

Cuarentena y escuela

Cuarentena, día 15.

Hoy me llegó una encuesta para contestar, elaborada por la red de docentes innovadores de Argentina. Consultaban sobre las formas en las cuales estamos sosteniendo la educación virtual durante la cuarentena, de qué manera nos contactamos con los chicos, qué estrategias estábamos usando. Había dos espacios donde podíamos desarrollar, y los usé de catársis para todas las sensaciones que tengo en relación a este tema. Decidí guardarlas aquí… desde esta mezcla extraña de amargura, entusiasmo, impotencia, bronca, alegría… que me va generando pensar e interactuar (o no) con los distintos actores de la comunidad escolar.

¿Cómo se organizó tu institución para mantenerse en contacto con los alumnos?

Nuestra institución decidió que se subieran actividades genéricas por área a la página de la escuela. No hubo posibilidad de devolución por parte de los estudiantes ni de ningún contacto con ellos. Se nos dijo explícitamente que si nos contactábamos con los chicos fuera de los canales oficiales «no nos iban a defender si había problemas» y se nos pidió que esperemos a que la plataforma del Gobierno de la Ciudad esté operativa para encarar nuevos trabajos. A la fecha (30/3) seguimos esperando. La mayor parte de los chicos ni siquiera sabía en qué división estaba, porque tuvimos solo 2 días de clase antes de la cuarentena y por temas de la dinámica interna de la escuela, muchos aún se estaban inscribiendo. Los chicos de una división que me conocían del año pasado me contactaron por las redes sociales y me empezaron a pedir más trabajos, que ellos querían que armáramos un aula virtual. Lo primero que hice fue explicarles las directivas que recibí de la conducción, y comunicarme con ellos por el mail oficial que tengo en la escuela. Ante sus inquietudes (y las mías), armamos un aula virtual en contravención con las disposiciones de la conducción de la escuela. Estamos todos trabajando contentos; los chicos me ayudan en esta tarea de aprender a enseñar en contextos virtuales, tenemos un feedback permanente. Con ellos estoy probando muchas ideas que tengo para aplicar en los demás cursos cuando tenga posibilidad de contactarme con ellos. Me resulta triste que con la excelente experiencia que tengo con este grupo, la cantidad de ideas y materiales que tengo para trabajar con los demás, y la necesidad que veo en los chicos de vincularse con la escuela como institución (y la mía como docente también), tenga aún 8 divisiones (250 chicos aproximadamente) con las que no puedo establecer contacto aún. Me duele no poder ejercer mi derecho a enseñar y brindarles su derecho a aprender (cuando me expresan que quieren hacerlo). Como docente, quiero estar llevando este período con mis chicos, acompañándolos en el proceso, interactuando y conteniéndolos, aportando actividades para sobrellevar mejor el encierro; yo también lo necesito. Estoy dispuesta a enfrentarme con quien sea que cercene estos derechos por arbitrariedades que tienen más que ver con desidia y comodidad política que con un problema real.

 

¿Hay algo que quiera agregar?

Creo que en este tiempo especial que atraviesa la sociedad, la escuela tiene que seguir en su rol de contención, rol que tiene en tiempos normales y que se acentúa ahora. Contención para chicos pero también para docentes, mantener el sentimiento de comunidad. La situación de cuarentena nos atraviesa emocionalmente a todos, y por tanto, es un desafío sostener el rol educativo en estos momentos. Para los docentes que nunca trabajamos en entornos virtuales, esto nos llena de incertidumbre e inseguridad. Creo que la clave está en darse cuenta que no podemos trabajar de la misma manera que en el aula, y reconocer el impacto emocional que el contexto actual tiene para todos. Por ello, creo que el planteo de actividades debe apuntar a ser una herramienta para aportar a la convivencia familiar, y no una carga o presión que tense aún más las situaciones. Plantear actividades con un componente lúdico, que fomente el diálogo y la investigación libre: recopilar experiencias familiares en relación a distintos procesos, investigar libremente sobre temas que puedan ser edificantes, compartir una película y debatirla… Del otro costado estamos los docentes, también atravesados emocionalmente y con temas de convivencia familiar propios. Debemos reconocer que no somos los mismos, y que necesitamos que el control de las actividades sea también para nosotros liviano, sencillo y agradable. En cuanto al componente de socializar lo trabajado, es fundamental y va más allá de las actividades del aula. Cuando abrí el aula virtual, incluí un foro donde compartir experiencias de la cuarentena. Me sorprendió la cantidad y extensión de las intervenciones, una catarata de experiencias donde todos comparten sus vivencias y se contestan y contienen unos a otros. Allí pude ver la necesidad de comunidad que tenemos en este contexto de aislamiento. La gratitud que me expresan y el reconocimiento del esfuerzo que hago por llevar adelante la clase en un entorno que no me es familiar me emocionan profundamente. Es por eso que frente al entorno adverso que atravieso como institución (que contaba en el punto anterior), me sublevo ante la negativa a establecer contacto con los estudiantes. Necesitamos ese contacto, necesitamos más que nunca estar todos juntos y construir el sentido de comunidad que será la clave para salir de esta situación; no sólo del encierro de la cuarentena, sino de la enfermedad cuando empiece a aparecer entre nosotros, y de los profundos problemas económicos que están enfrentando la mayor parte de las familias.

El cambio en nosotros mismos

Cuarentena, día 12.

Hoy hablé con Laura, preceptora de la escuela, psicóloga. En este hábito que se va generando en mi rutina cotidiana de la cuarentena de contactar un par de personas que aprecio por día para ver como están, hoy le tocó a ella.

La charla fue super rica y profunda, y me dejó pensando en un montón de cosas, porque creo que nos damos cuenta fácilmente que esto va a cambiar la economía de alguna forma, o al menos va a generar una crisis que estimule un cambio en ese aspecto; creemos el parate representa un respiro para los problemas ambientales (esto no me animaría a afirmarlo categóricamente); pero no nos damos cuenta cuánto estamos cambiando nosotros mismos con todo esto.

Una de las cosas que surgen en el encierro de la cuarentena es aquello que extrañamos del salir, y que se convierte en algo valorado ahora que no está. Las personas que extrañamos, el intercambio cotidiano con los colegas y chicos en la escuela, la travesía cotidiana en bicicleta por el barrio… todo eso hace falta. También reconocemos todo aquello que hacíamos y que no extrañamos…

En el encierro de la cuarentena nos encontramos con nuestras propias miserias, nuestras dificultades y limitaciones; y hay que estar muy atento para detectarlas y trabajarlas. Es más fácil ver el problema en el otro que el propio, entonces este tiempo en el cual tenemos mucho tiempo libre, es momento para focalizar en la reflexión de aquello que nos pasa. Ansiedad tenemos todos, ¿dónde la estoy poniendo? ¿Cómo la estoy sacando? Tenerse paciencia, aceptarse.

La cuarentena pone a prueba nuestra capacidad de organizarnos. Para los que vemos aquí una oportunidad de hacer todo lo que nunca tenemos tiempo de hacer, esto representa un gran desafío: organizar las tareas de tal manera que el tiempo no se nos escurra entre las manos sin concretar nada. Plantearse horarios, respetar comidas, balancear entre lo lúdico, lo laboral y lo que deba ser hecho en la casa. Armar rutinas en relación al ejercicio físico y la movilidad del cuerpo, ya que perdemos el natural ejercicio de desplazarnos por la calle en la movilidad cotidiana. Y enfrentar también el desafío de que todos los días sean iguales planteando una rutina semanal donde cada día tenga alguna variación frente al anterior.

La cuarentena también pone bajo la lupa las convivencias; reconocer la relación que tenemos con los demás, encontrarnos con ellos. En la era de las redes, vivimos juntos pero desconectados, cada uno enchufado a su propio dispositivo electrónico. Y aunque las redes tienen un rol fundamental en este momento, conectando a quienes quedaron distantes, ya no nos resuelven la convivencia con los que están junto a nosotros. El contacto permanente, el no poder tomar distancia física hace que estemos obligados a reconstruir las formas de relacionarnos, a reconocernos mejor y aceptarnos tal como somos.

Algunos no pueden con su propia ansiedad o con las convivencias y salen compulsivamente, ponen la excusa de que necesitan el pan, que se acabaron los tomates, que tienen que sacar la basura, con tal de tomar aire, tomar distancia. Espero que, además de tomar conciencia de que tienen que quedarse en casa, puedan ir puliendo el manejo de sus dificultades, los va a ayudar a tener una vida mejor en el después.

No hay cambio sin dolor; un cambio implica salir de la estructura y transitar un umbral de conflicto, pero el resultado siempre es superador y positivo. Me gusta pensar en el cambio como un nacimiento: abandonar la comodidad para salir a lo desconocido, con toda la incertidumbre y el miedo que esto genera. Quisiera que al terminar la cuarentena podamos disfrutar de una forma más sana de relacionarnos, que hayamos recuperado los vínculos personales y su valor, que podamos trabajar de manera solidaria y comprometida. Me gustaría, al salir de la cuarentena, ver en las mesas de los bares y pizzerías que las familias, las parejas, los amigos, hablan en vez de estar metido cada uno en la pantalla de su celular.

Confío que vamos a lograrlo, y que cuando todo este dolor, esta incertidumbre, esta ansiedad pasen, vamos a sentirnos todos más fortalecidos, más contenidos, y vamos a poder rescatar los aspectos positivos de este tiempo tan complejo que nos toca atravesar.

Nadie escapa a su tiempo

La lectura colectiva de la Divina Comedia va por su día 21 y nos va atravesando a todos. La estructura de un canto por día da espacio para debatir y masticar el texto, y esto nos lleva a resultados sorprendentes. Entre ellos, que diferentes hechos cotidianos disparan reflexiones sobre la Comedia. Por ejemplo hoy encontré sin querer algo interesante que me llamó mucho la atención y que hace al contexto de la famosa obra de Dante.

Todos sabemos que ningún texto es ascéptico de intencionalidad; en este caso, siendo Dante un intenso activista político en Florencia que debió exiliarse, no sorprende que incluya en el infierno a muchos de sus contemporáneos. Hoy leyendo «Vigilar y castigar» de Foucault, me encontré que el texto me llevó directo al infierno de la Divina Comedia, ya que éste refleja toda la concepción punitiva de la época y los mecanismos de control social que se ponían en juego.

Foucault describe y analiza el suplicio como forma punitiva anterior al siglo XVIII. Un suplicio es una pena corporal, dolorosa, más o menos atroz. La muerte-suplicio es un arte de retener la vida en el dolor, subdividiéndola en “mil muertes”. Queda claro que los castigados del infierno están padeciendo un suplicio. Foucault dice que por parte de la justicia que lo impone, el suplicio debe ser resonante y comprobado por todos, en cierto modo como su triunfo; él mismo nos lleva a la Comedia diciendo: “La poesía de Dante hecha leyes”.

En el suplicio el pueblo es el personaje principal; en la Comedia, ese pueblo espectador del suplicio está representado por Dante, que a la vez es el personaje con el que el lector se identifica. ¿Por qué el protagonista es el pueblo y no el supliciado? Porque es preciso que se atemorice, pero también debe ser el testigo como el fiador del castigo. Así, la intención política de la obra es testificar el castigo a los que, a juicio de Dante, han procedido mal y han quedado impunes en el mundo.

Sin embargo, Foucault explica que la práctica de los suplicios era menos una economía del ejemplo que una política del terror: hacer sensible a todos la presencia desenfrenada del soberano. El suplicio no restablecía la justicia: reactivaba el poder. En este caso, lo que Dante quiere mostrar es el poder de Dios y de la justicia divina.

El problema era que muchas veces, en la ceremonia de los suplicios aparecía una solidaridad del pueblo con el delincuente, mucho más que el poder del soberano. Por eso, cuando en Inf 20 Dante llora ante los condenados y Virgilio lo reta duramente, es porque se está generando esa solidaridad con el supliciado que deviene en un cuestionamiento a la justicia divina, y por tanto, al poder de Dios.

En conclusión: Dante está tratando que el lector reconozca el poder de Dios sin cuestionamientos, confíe en su justicia y vea que aquellos que en la tierra han atentado contra esas leyes divinas tienen su castigo al igual que los delincuentes en la Tierra. Para ello se vale de las concepciones y experiencias de su época.

Lo grandioso, a mi entender, es que la obra ha trascendido y sigue teniendo el poder de hacernos reflexionar aún cuando los mecanismos punitivos y de control social de nuestro tiempo sean tan distintos a las del contexto de escritura. Para nosotros hoy tiene ese valor metafórico que combinado con los saberes, cosmovisiones y concepciones de nuestro tiempo nos permiten una reflexión profunda y actual como la que generaba en su tiempo.

Lectura colectiva de la Divina Comedia

El afiche me llegó por whatsapp, y tras un rato de meditación, decidí plegarme. Empecé pensando en vivir la experiencia y ver si puede ser replicable en la escuela: proponer por ejemplo la lectura de un capítulo por semana de 1984 de Orwell y que se comente con el hashtag «la35lee». Algo veníamos hablando sobre esto… pero siempre conviene probarlo uno antes de llevarlo a la práctica.

Primero empecé a googlear de qué trataba la Divina Comedia. Sí, había oído nombrar de ella muchas veces y sabía que trataba del viaje por el infierno, el purgatorio y el cielo. Había visto esquemas de la organización de estos territorios de ultratumba, pero ahí terminaba mi conocimiento. Nunca se me dio por leerlo… tal vez el momento sea ahora. Lo que leí me motivó a plegarme a la comunidad lectora: es un libro que fomenta la reflexión sobre uno y los valores de su tiempo. Por ejemplo, el papa Francisco la tiene como un libro de cabecera al que vuelve a buscar respuestas. Incluye elementos de mitología, de religión, de la política de su tiempo.

Así fue como me descargué la aplicación de Twitter y empecé a incursionar en esta red social que tampoco me atraía. Del intercambio que ya se venía dando, porque empezaron ayer, descargué un pdf compartido con una de las traducciones recomendadas del libro, y empecé a leer. Me puse al día en seguida porque los cantos son cortitos.

Infierno, cantos 1 y 2. Dante se encuentra ante una colina a la que debe subir, pero tres fieras le cierran el paso. Entonces, aparece Virgilio, y dice que lo envían tres damas para que lo guíe por otro lado. Esto implica atravesar el infierno, y por supuesto, Dante tiene miedo.

Dicen que este es un libro que nos refleja y a partir del cual repensarse. Empecemos. Interesante el miedo de Dante al emprender el camino, todas sus dudas: todos cuando tenemos una tarea que sabemos ardua por delante dudamos. Lo importante es el valor de encarar de todos modos. Aquí, se entrega a la confianza de Virgilio. Yo, me entrego a la red social, a aportar mis humildes comentarios y a aprender de los demás. He visto que postean datos de mitología, aclaraciones históricas y filosóficas, imágenes… veremos que sale.

Vejez

Hay salidas y salidas. Salidas lindas y salidas más o menos. Salidas para estar contento y salidas que entristecen.

Papá quiso salir pese al frío, y me ofreció ir a la Biblioteca café. Hoy cantaba Marikena Monti. Acepté, sabiendo que, entre otras cosas, iba a ver a alguien de quien mi mamá decía «se parece mucho a mi mamá»; es decir, fui sabiendo que me iba a movilizar.

La epidemia de gripe diezmó a los concurrentes, pero a nosotros no nos impidió disfrutar un plato de goulasch, que según nos dijeron,es una especialidad de la casa.

Cuando llegó la hora de la función, la cantante estaba tan resfriada como los concurrentes. Se disculpó por los pañuelitos, por las desafinadas y gallos de su voz media tomada. Admirable su fuerza y sus ganas.

La miré… y todo el rato pensaba en lo que es el tiempo y la vejez. Ella, con su espalda curvada, sus ojos hundidos en las cuencas; olvidando la letra de las canciones (que un público de amigos y familiares le hacía recordar) o el orden que habían fijado con su pianista acompañante, que con mucha dulzura la corregía y orientaba. La vi envuelta en los brillos de su camisola negra, la que le regaló su amiga que, con 96 años, la acompañaba en la otra mesa. Era nada menos que la madre de Andrés y Javier Calamaro.

Admiro su fuerza, su memoria, su capacidad de traducir una letra del francés al castellano con sólo recordarla sin leer. Pero me duele verla persona grande que no se resigna a los embates de la edad. Me pegó fuerte… y salí triste. Con la sonrisa pintada para que mi papá no note las ganas de llorar que tenía.

Es dificil la conciencia del tiempo que pasa; para quienes están alrededor, para nosotros. Ver a los padres y su generación que ya hay cosas que no pueden hacer y tener conciencia de que nunca más las podrán hacer. Darse cuenta que ya nada es como era… es un ciclo de vida, es lo natural, pero duele.

Es lo que hay. A veces sale, y otras no. Que Dios bendiga a Marikena y sus ganas de seguir cantando… a pesar del paso del tiempo.

En el mundo de la hipocresía

20121119

En el mundo todos somos iguales, sin embargo, algunos son más iguales que otros.

Seguro que al leer esto estás pensando alguna de estas dos cosas: a. “se está contradiciendo”; b. “está diciendo una obviedad”. Yo creo que estoy haciendo las dos cosas, porque estoy describiendo el mundo como es, tan contradictorio que la contradicción se ha vuelto una obviedad que muchas veces obviamos. La globalización, la transnacionalización de la economía, las grandes corporaciones más poderosas que los estados, llevan a esa obviedad que obviamos.

Pero no, yo no te hablo de eso. No te hablo del discurso hegemónico impuesto por los medios y las corporaciones. Tampoco del de las contracorrientes opuestas a los medios y corporaciones, que son tan sesgados como los de los medios y las corporaciones mismas. Yo te hablo de nosotros, de los discursos individuales, del discurso que vos, que yo, que cada uno en su condición de individuo individualista de este mundo global construye a su medida y conveniencia. Discursos construidos, muchas veces, acogiéndose irreflexivamente a alguno de los dos que mencioné arriba, cuando no a los dos al mismo tiempo, recorte mediante y adecuación según convenga. Y de hecho, el que más me preocupa es el segundo: el que parece reivindicar una corriente de pensamiento “autónomo” y “crítico” que en realidad vende una realidad tan parcial y tan falseada como el discurso hegemónico.

Estos días, muchos de ustedes, como yo, pusieron sobre su foto de perfil el velo de la bandera francesa que sugería Facebook. Cada cual sabrá por qué lo hizo, qué motivo lo llevó a tomar la decisión. Voy a blanquear aquí la mía, ya que no suelo (por motivos que más adelante especificaré) acogerme en general a estas iniciativas: Francia tiene un sentido para mí desde lo vivencial y afectivo que la diferencia de otros territorios. Es así, me hago cargo, y no por eso deja de dolerme el resto del mundo y cómo está. Y aunque Francia me toca en lo personal, lo mismo les diría si los sucesos del viernes hubieran pasado en Alemania, Estados Unidos, Italia o cualquier otro país que se considere “desarrollado”; aunque seguramente, en esos casos, no hubiera cambiado mi foto de perfil. Cuando vi que mis amigos franceses lo hacían, decidí plegarme como una forma más de decirles, a la distancia, que estoy con ellos.

Y después empecé a ver las voces que pretendían criticar la iniciativa. Y pese a que confío que lo hiciste por ingenuidad, la verdad que me dolió (lo voy a decir con todas las letras) tal vez más que los propios atentados, porque me habla de los discursos terribles que atraviesan la vida global y de la hipocresía general que nos gobierna. Y eso me da mucha impotencia.

Los “contradiscursos” frente a la iniciativa de Facebook para solidarizarse con los parisinos giran en torno a que todos somos iguales, pero que hay pueblos que merecen más solidaridad que otros ante sus tragedias porque nadie se solidarizó con ellos antes. Y entonces, vuelvo a la frase del principio: en el mundo somos todos iguales, pero algunos son más iguales que otros. Los libios, los sirios, los palestinos, según este discurso, merecen más solidaridad que los franceses, y aquí es donde dejamos de ser todos iguales y los franceses pasan a ser inferiores, así de simple. Si quieren leer críticamente, lean críticamente todo.

Y yo sé que es más fácil ser solidario con el pobre y desvalido, pero la verdad tampoco te vi rasgarte las vestiduras en su momento ante los atentados en Siria, los bombardeos en Libia y las muertes en Palestina. Como no hubo iniciativa de Facebook al respecto, no cambiaste por tu propia cuenta tu foto de perfil por las banderas de estos países. Te pasó desapercibido y seguiste con tu vida, a lo sumo dijiste “qué barbaridad” delante del noticiero de televisión y ahí quedó la cuestión hasta que ahora la sacás a relucir. Y yo tampoco lo hice, pero porque es mi política y mi opción, e hice una excepción esta vez por los motivos que ya comenté.

La verdad, si vamos a hablar de lecturas críticas a los discursos hegemónicos para levantar la bandera en defensa de los pobres y desamparados del planeta, hagamos un poco de mea culpa y analicemos nuestra vida cotidiana antes de abrir la boca, porque cada día decimos todo con las acciones haciendo que nuestras palabras suenen contradictorias y ridículas. ¿Te lo muestro?

Te veo usar feliz tu celular último modelo, el que compraste desechando uno perfectamente útil pero “más viejo” (del año pasado, o de unos meses atrás) y me decís que yo tengo que tirar el mío, modernizarme, porque no tengo whatsapp y no accedo a Facebook en cualquier tiempo y lugar (cuyas iniciativas criticás)… pero no te veo reflexionar en los miles de niños que mueren en África para que las corporaciones se lleven el coltán, un mineral que hace que tu celular nuevo (como el viejo) sea no solo cada vez más eficiente, sino también más barato en relación a las funciones que cumple.

Te veo comprar la nueva camiseta, equipito deportivo y zapatillas de tu equipo de futbol o de la selección, porque la del año pasado ya fue, pero no te veo reclamar por el trabajo inhumano de los niños y mujeres que la hicieron en Bangladesh, Pakistán, Camboya o quién sabe donde, mientras Ronaldo y Messi cobran millones por venderla y vos pagas una locura por comprarla.

Te veo publicar una y otra vez la imagen golpe-bajo del nene sirio muerto en la playa del Mediterráneo, pero no te veo subir fotos cada día de los africanos que mueren en las pateras tratando de llegar a Europa, ni tampoco cuestionar que NatGeo haga un programa justificando las cacerías que la border patrol hace en la frontera norte de México, donde el mexicano es estereotipado como el narco para habilitar así las más terribles vejaciones. ¿No era que todos eramos iguales?

Te hacés eco del eterno pedido de Maradona y le reclamás al Vaticano que venda su oro para terminar con el hambre en África, pero la verdad no los veo ni a vos ni a Maradona aportar a esa causa (ni a otra tampoco). Me decís que “no podés” porque el sueldo es una miseria, que “no te alcanza”, siempre con el celular último modelo en la mano o el televisor led que te trajiste de Miami colgando en la pared, o el cero kilómetro (pequeño, modesto, es cierto, pero aún con olor a nuevo) que estás manejando… cuando no con todas esas (y otras) cosas a la vez.

Y siempre es más fácil solidarizarse con los pobres anónimos de otro lado del mundo que ver y reconocer a los que viven a tu lado. Dale, vengamos más cerca, a tu país, a tu ciudad, a tu barrio. ¿Te animás?

Te compraste ropa en Awada, y a tus chicos en Cheeky, y la pagaste una fortuna, y te olvidaste de los talleres clandestinos donde inmigrantes ilegales cortaron, cosieron y terminaron lo que ahora llevás puesto. No te vi reclamar junto a la Alameda por esas almas encerradas, al contrario, me vivís jurando y perjurando que el problema de Argentina es que las políticas migratorias son demasiado blandas, que entra cualquiera y que hay que endurecerlas.

Rechazás de plano los planes sociales porque generan vagos, hacen que tengan más hijos y barbaridades por el estilo, pero no te detenés a revisar en profundidad sus pros y contras (que los tienen) ni los contextos a los que apuntan (que son más complejos de lo que creés). Tampoco te escucho proponer mejoras alternativas. ¿Vos no querías pensamiento crítico?

Y sobre todo, la que más me violenta, muchas veces me decís que este país anda mal, que estamos en el horno, que la educación es un desastre, etc. etc. y me citás como ejemplo a seguir a los propios europeos que hoy estás diciendo que no merecen nuestra solidaridad. Y no me olvido que estás ahorrando en dólares, o en euros, que es la moneda “segura” de estos países que, también a tu entender, tienen una conducta mundial tan repudiable…

¿Querés que siga con la lista?

Si seguiste leyendo hasta este punto, si no abandonaste antes presa de la indignación, me dirás con toda razón: “y por casa como andamos?”. Y la verdad, tenés razón y merecés la respuesta. Como a vos, me caben muchas de las contradicciones que te enumeré antes, porque el mundo es así y como vos, no puedo eludirlo. Lo que pasa es que, al parecer, a diferencia de vos, yo las veo, asumo que vivimos en un mundo hipócrita y por eso en general elijo callarme la boca. Salvo excepciones, como hoy, que por cuestiones netamente afectivas y personales pongo en mi foto de perfil una banderita francesa como modo de acompañar a la distancia a personas que quiero mucho, y a la vez salgo a darte todo este terrible sermón. Y habitualmente me callo porque, si bien la libertad de expresión es un derecho, considero que la consabida obligación de este derecho (que en general olvidamos, o simulamos olvidar) es ser cuidadosos de no decir cualquier cosa, de no hablar porque el aire es gratis, y de reflexionar de verdad críticamente antes de opinar.

Pero asumir que así somos, que así anda el mundo, no implica quedarme apoltronada delante de la tele o del Facebook diciendo “qué barbaridad” para salir luego a consumir lo que la tele me propone con la ilusión de sentirme mejor (retroalimentando el círculo vicioso). Yo no me resigno a que las cosas sean como son, la verdad que no. Sé que mi lugar es pequeño y que no tengo ni de lejos el poder para cambiar los designios mundiales, pero tengo conciencia y un pequeño gran mundo que me rodea y que puedo tocar, y me parece que eso no es poco. Y hoy me leíste, y tal vez lo pensaste mejor y buscas tu propio camino alternativo; pensando por vos, y no por lo que te dicen otros, sean los medios (un discurso más evidente) o los contrahegemónicos (un discurso menos evidente y por tanto más peligroso).

En todo caso, y hablando de peligros, si seguimos pensando que es “peligroso”, como leí por ahí, solidarizarse con Francia (que es, en última instancia solidarizarse con alguien), la verdad que siento que como mundo, como sociedad global, estamos en el horno.

Y ahora, ¿qué vas a hacer al respecto?

Lo dejo a tu criterio.

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Días subsiguientes

Hoy, hace cinco años, era miércoles. Todos estábamos en casa esperando al censista. Cerca del mediodía, llegó mi tía y dijo: «¿vieron? se murió Néstor Kirchner.» Sinceramente, nos costó mucho creerlo.

Hoy, media década después, el 27 de Octubre es martes, pero se vive un clima similar: algunos lloran, otros festejan. Hay mucha burla cruzada, mucha agresión contenida que se libera. En este sentido, nada ha cambiado. Muchos pregonan con euforia el «momento histórico que estamos viviendo» y generalizan como si todos pensáramos igual. Una vez más, se pone en juego esta democracia intolerante en la que tristemente vivimos en la Argentina. Y siento hoy que lo que dije en el 2010 podría repetirlo ahora, y que cambiando la efeméride, sería todo más o menos lo mismo.

Muchos dicen que Néstor no murió en 2010 porque se quedó en el corazón de los militantes. Y creo que es cierto, porque su muerte dio nuevas alas a la militancia. Debo decir que me pone contenta ver a la gente involucrarse en la política de manera activa y no sólamente votando a desgano cada dos años. Pero me duele que el aumento de la militancia vino de la mano de una escalada de agresiones cruzadas de uno a otro bando; agresiones que ya existían, como pude dar cuenta en 2010, pero que fueron recrudeciendo al punto que dividieron familias y enemistaron amigos.

Hoy creo que nadie a ciencia cierta sabe lo que pienso, y esa fue mi mayor victoria todo este tiempo. Decidí privilegiar los amigos y la familia a las ideas políticas, y tomé por opción callar lo que pensaba para conservar los vínculos. Porque los políticos pasan, pero los afectos quedan… o se rompen irremediablemente. Compruebo en mí el principio de que «el que calla otorga», puesto que como no digo ni sí ni no, todos consideran que soy una «compañera que apoya el modelo» y a la vez alguien que quiere «que la yegua se vaya y que se pueda comprar dólares», según sea la inclinación de quien me encuentre. Hoy aquí voy a decir lo que pienso hace mucho tiempo: que estamos al horno.

Estamos al horno porque hoy queda de manifiesto que la mayor debilidad del «proyecto» actual es su personalismo. Está basado de tal manera en un líder carismático y su discurso que cae en inconsistencias graves que lo han llevado a la derrota. La mayor de ellas, elegir a dedo un candidato que a sus propios militantes no les gusta, que defienden a disgusto y por mero espíritu de cuerpo y a quien (esto es lo bueno de tener memoria!) consideraban el peor traidor meses atrás. Por no hablar de otros candidatos discutidos (impresentables) que cayeron estrepitosamente ante opciones también impresentables.

Y estamos al horno porque la propuesta alternativa es la de un estado empresario; me ha tocado desde adentro el vaciamiento de la escuela pública en la ciudad, el ninguneo ante los reclamos que hicimos frente a medidas que se tomaban por desconocimiento absoluto de lo que es la educación pública (prefiero pecar de inocente antes de decir que había conocimiento y que el daño fue exprofeso). El estado no está para ganar, el estado está para ser eficiente, sí, pero para garantizar el bienestar de la población. El estado siempre va a pérdida, porque tiene que absorber el gasto de aquellos que menos tienen para protegerlos frente al canibalismo del mercado global.

A mis conocidos kirchneristas les digo: siempre se cosecha lo que se siembra. Hoy me dicen en confianza que conmigo pueden expresar su tristeza porque saben que no me voy a burlar… yo no hago leña del árbol caído, pero no olvido la cantidad de publicaciones en Facebook que tuve que obviar, la cantidad de charlas en las que tuve que callar. Uno debe hacerse cargo de sus actos, y la violencia y el odio que ustedes mismos generaron «combatiendo el odio con amor» como decía Cristina, pero siempre combatiendo y sentenciando a todos los diferentes, hoy vuelve hacia ustedes. Uno tiene que ser humilde y saber que todo lo que está arriba tarde o temprano baja, ya sea suavemente o en picada. Y cuanto más alto te subas al pedestal, más grande y estrepitosa va a ser tu caída. Me duele verlos tan ciegos, diciendo «mirá bien a tu presidenta, porque tengas la edad que tengas nunca vas a ver un mejor presidente en tu vida». Qué triste, poniéndome en su lugar, negarse a la posibilidad de que en el futuro crezcamos y tengamos algo aún mejor.

Para mis conocidos anti K que hoy se pavonean victoriosos también tengo: hoy más que nunca, «cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar». A buen entendedor, pocas palabras, y si no, relean el párrafo precedente, porque a como se están dando las cosas, en un futuro no muy lejano puede caberles como un guante. Entiendo que den rienda suelta a su venganza (no lo comparto en lo más mínimo), pero ya que quieren que «cambiemos», pónganse en campaña para no repetir la historia. Muchos me decían que había que votar a Macri «porque cualquier cosa es mejor que este gobierno». Y yo les digo, porque tengo memoria, que en 2003 escuché lo mismo, sólo que al que había que votar era a Néstor porque cualquier cosa era mejor que volver al menemismo. Sé que muchos de ustedes, entonces y ahora, votaron con la misma lógica. Y que ahora se dicen anti K pero si hubiera habido ballotage entonces, no iban a dudar a dónde poner el voto (si no lo habían hecho ya en primera vuelta) y hubieran terminado apoyando un gobierno que hoy estarían combatiendo. Sean coherentes por favor, definan sus convicciones y defiéndanlas haciéndose cargo aún en la derrota.

Me duele que muchas de las cosas buenas que se han ido consiguiendo probablemente se pierdan, como se pierde todo en la Argentina cada vez que cambia el signo del gobierno. Y se pierden porque el odio que se genera entre bandos hace que el que llega borre de un plumazo todo lo que lleva la firma del anterior. Vivimos tratando de reescribir nuestra historia eliminando de ella lo que consideramos indigno. No hay pensamiento crítico, valoración de lo bueno y construcción a partir de la reformulación de lo malo. Todo el blanco y negro, nada sirve, siempre hay que empezar de nuevo. Y así nos va.

Y la vida?? La vida continúa, como siempre. Seguimos respirando, trabajando, soñando. Seguimos sobreviviendo el día a día, levantándonos cada mañana y encarando el día con alegría. Y cuando me siento al horno, recuerdo la experiencia del 2001: eso sí era estar en lo más profundo del pozo. Pero aún en esa situación desesperada, el peor de los panoramas sacó lo mejor de nosotros. Primaron los vínculos solidarios y los afectos. Nos dimos cuenta que eso era lo mejor que teníamos, haciendo cooperativa de apuntes y olla colectiva de fideos. La tormenta aquí abajo la capeamos entre todos, y salimos fortalecidos más allá del desenlace político al que arribamos. Construímos lazos, reforzamos afectos y rescatamos lo esencial. No veo por qué no podamos hacerlo ahora.

Pese a todo el desánimo, el desinterés (justificado), tengo mi corazoncito político y militante que anhela que algún día primen las convicciones y la coherencia. Que asumamos una política de estado, la construcción de un modelo de país para bien de todos, sostenible a lo largo de los años y a los cambios de signo de gobierno. Que cada uno que llegue defienda los intereses nacionales desde su ideología, que sepa respetar lo hecho y aportar un granito de arena para mejorar. Que sepan respetar, conciliar, porque es en la diferencia donde está la riqueza. De experiencias de bombardeo de la plaza y de censura ya tuvimos suficiente. Sueño con la utopía de que eso sea posible, de que tengamos un país capaz de distinguir lo esencial y una ciudadanía unida en pos del bien común pese a las diferencias partidarias, y les aseguro que desde este pequeño lugar mi militancia personal se va en ello.

Por lo pronto, en lo que atañen a los procesos electorales, me quedo con las palabras de Raúl Alfonsín en 1992: si la sociedad se ha derechizado, debemos prepararnos para perder pero no convertirnos en conservadores. Creo que de eso se trata. No votar por encuestas, no votar por oposicion a… Votar sin perder la convicción, aun sabiendo que no se puede ganar.

Mientras tanto, aquí abajo, gobierne quien gobierne, la seguimos peleando. En eso ando.

Memoria y compromiso

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El 24 de Marzo ha sido declarado en Argentina el día de la Memoria para conmemorar el inicio de la última dictadura militar, que generó miles de personas desaparecidas, muertas, apropiaciones de bebés nacidos en cautiverio, entre otros delitos. Pero este día debe hacernos reflexionar sobre los atentados cometidos contra la humanidad y cómo, muchas veces, miramos para el costado ante ellos, los negamos… porque no nos toca a nosotros. Pasa con la inseguridad cotidiana,por ejemplo, que si bien no es tan tremenda como dicen los medios de comunicación, está allí y nos aqueja, nos toca de cerca…

No he podido encontrar el autor exacto de los siguientes versos. Por ello, voy a citar a todos los autores que aparecen como sus emisores…

Maiakovski, poeta ruso suicidado luego de la revolución de Lenin escribió, en los inicios del siglo XX

En la primera noche, ellos se aproximan
Y recogen una flor de nuestro jardín
Y no decimos nada.
La segunda noche, ya no se esconden,
Pisan las flores, matan nuestro perro
Y no decimos nada.
Hasta que un día, el más frágil de ellos
Entra solito en nuestra casa, nos roba la luna, y
Conociendo nuestros miedos,
Nos arranca la voz de nuestras gargantas
Y porque no decimos nada
Ya no podemos decir nada.
Primero se llevaron a los negros
Pero no me importó
Porque yo no era negro
En seguida se llevaron algunos obreros
Pero no me importó
Porque yo no era obrero.
Después prendieron a los miserables
Pero no me importó
Porque yo no era miserable
Después agarraron algunos desempleados
Pero como yo tengo mi empleo
Tampoco me importó
Ahora me están llevando a mí
Pero ya es tarde
Como yo no me preocupé por nadie
Nadie se preocupa por mí.

Bertold Brecht (1898-1956)

Un día vinieron y se llevaron a mi vecino que era judío
Como yo no soy judío, no me molestó
El día siguiente vinieron y se llevaron a mi otro vecino que era comunista
Como yo no soy comunista, no me molestó
Al tercer día, vinieron y se llevaron a mi vecino que era católico
Como yo no soy católico, no me molestó
Al cuarto día vinieron y me llevaron
Ya no quedaba nadie para protestar…

Martín Niemöller, 1933 (Símbolo de la resistencia contra los nazis)

Primero robaron nuestras señales, pero yo no me perjudiqué
Después incendiaron nuestros ómnibus, pero yo no viajaba en ellos
Después cerraron calles, donde yo no vivo
Cerraron entonces la entrada a la favela, que yo no habito
En seguida arrastraron hasta la muerte a un niño, que no era mi hijo

El rol de los maestros

Quería regalar este cuplé a los maestros, porque siempre está bueno reírnos de nosotros mismos.

Y sí, somos un poco así. Algunos más, algunos menos, pero la escuela es una institución eminentemente conservadora. Siempre añorando un pasado mejor y suplicando por un alumno ideal tan distinto del alumno real que tenemos.

Ciertamente la escuela es responsabilizada de muchos problemas que, en realidad, corresponden a las familias. El chico carga con unas mochilas de problemas emocionales que hasta al propio Freud le costaría resolver, y nosotros estamos allí tratando de que aprenda una materia… personalmente, a veces me veo a mi misma ante uno de estos chicos y me siento estúpida tratando de enseñarle Geografía si llega a la casa y se encuentra con un drama existencial. Lo que trato de pensar es que si su presente es así, no tengo en mis manos las herramientas para cambiarlo, pero puedo proponerle herramientas para que su futuro sea diferente. Entonces más o menos me consuelo y sigo.

Los pedagogos y sus reformas educativas son un capítulo aparte. La mayor parte de ellos son funcionarios de escritorio que nunca pisaron una escuela y creen que leyendo sobre ella, que teorizando sobre ella, saben más que los que estamos en la cancha. Reinan las desprolijidades, tales como incrementar la carga horaria y pasar un año sin pagarle el incremento a los docentes. Abundan las incoherencias, como querer formar prácticamente un astronauta pero a la vez implementar estrategias para que el chico no «fracase», es decir, que apruebe a cualquier precio. Y tristemente, en Argentina, los docentes hemos pasado a ser responsables por ley de la repitencia y abandono escolar. Si bien la legislación contempla obligaciones también para alumnos y padres, los únicos responsables de lo que sale mal somos nosotros, como si del otro lado siempre hubiera buena voluntad.

Sin embargo, es cierto que la escuela, en su conservadurismo, se opone muchas veces a replantearse para qué educamos. Y cuando los chicos nos preguntan para qué estudiar nuestras materias, no falta el que responde «porque está en la currícula y lo necesitás para tener el título». Gracias a Dios veo cada vez más docentes que se animan a la tarea de educar para que los chicos piensen, creen… que sean personas reflexivas y no meros repetidores de fórmulas. Que puedan solucionar problemas por sí mismos sin esperar que otro aporte la respuesta ya masticada. Que puedan interpretar el mundo en el que viven y comprender su lugar en él. Y que saben explicárselo cuando ellos preguntan el para qué están aprendiendo eso.

Cada vez más el chico es disciplinado porque comprende que es útil lo que hace. Cada vez más el chico se esmera cuando ve esmero y valorización de lo que se enseña del otro lado. Cada vez más disciplina más una buena clase que una buena sanción. Y no digo que las sanciones no hagan falta, porque a veces es necesario marcar un límite; digo simplemente que ya no somos autoridades porque tenemos poder, sino simplemente porque tenemos saber. Estamos más desarmados, es cierto, pero a la vez tenemos el arma más poderosa y útil de todas.

Vale para reflexionar; y aún así, sé que nos seguiremos quejando, sé que seguiremos añorando el pasado, sé que seguiremos pidiendo ese alumno ideal tan diferente del real. Pero aún así, sé que muchos de nosotros seguiremos tratando de trabajar con paciencia y sobre todo con mucho amor por la tarea, seguiremos replanteándonos por dónde salir y apostando por los chicos, que es, aunque suene trillado, apostar por nuestro propio futuro.