Las viudas de los jueves

De vez en cuando me da un antojo. Un sandwich triple, un pisco sour, ir a bailar… Hace unas semanas estaba antojada: quería leer una buena novela, pero no se me ocurría cuál.

La encontré mirando el diario, viendo los estrenos de la semana. Al ver sus caras en la publicidad, me di cuenta de que quería ver esa película, pero que antes quería leer el libro. Si realmente la historia era tan atrapante como me decían, prefería que ir al cine no me arruinara la sorpresa del libro. Porque convengamos: por más que la película sea buenísima, nada equipara a las escenas que formamos en la cabeza cuando leemos un libro.

Sin mirar el precio, sin contar con las dificultades que implicaba tomar dos colectivos para llegar a la librería con la bota ortopédica, sólo con la idea fija de leer ese fin de semana, me conseguí el libro. Y me lo devoré en dos días, empezando a leer de parada en el viaje de 15 cuadras de la librería a casa, y luego tirada panza abajo en el patio de casa, bajo el sol primaveral. Es que, definitivamente, es atrapante al punto de no poderlo dejar!!

En pocas páginas queda de manifiesto la situación, y el resto es una lectura en la cual la ansiedad de uno por saber qué pasó contrasta con la sucesión de capítulos breves en los que se va narrando toda una cotidianeidad, en apariencia desconectada de ese principio impactante, de no ser porque son los mismos personajes en el mismo espacio.

Sin embargo, lo espectacular de la novela radica en que así, como quien no quiere la cosa, va aportando elementos para que en la mente del lector se vaya dibujando el retrato de un modo de vida. Intuyo que algunos antes, otros después, pero todos los lectores llegan a un punto en que empiezan a darse cuenta el porqué de las cosas sin que la autora diga una palabra al respecto. Y es en ese momento, cuando la simple descripción hace «clic» en la cabeza, se siente el escalofrío.

Al margen de la historia, el libro es un estudio de sociología, de historia, de psicología, una radiografía de la vida de un sector de nuestra sociedad. Un sector que conozco de cerca, y a los que tal vez entienda mejor ahora… bueno, es un decir, nunca voy a entender ni mucho menos a compartir su sistema de valores.

Me subleva la desigualdad, y en ese punto me enfurece el desprecio, la liviandad al juzgar; pero a la vez me entristecen esas vidas vacías, esas soledades, el tener todo sin tener realmente nada… Y los chicos, creciendo en esa burbuja, en esa soledad, en ese vacío…

Hace un año vi un hombre desesperar porque el cáncer de su padre avanzaba hacia la muerte, inexorablemente, sin que una tele nueva, un paseo en auto de butacas calentables o una campera de tela para andinistas pudiera detenerlo, aunque él pudiera comprarle todo eso y más. Hace un año vi a un hombre, a semanas de su muerte, levantarse y hacer un esfuerzo sobrehumano para cambiarse y afeitarse, para lucir como si la cosa no fuera tan seria ni el dolor tan fuerte, porque la enfermedad era algo que su hijo no podía soportar.

Y cuando la pantomima terminaba, yo estaba allí todavía, y me confiaban el dolor, el cansancio, la debilidad, el miedo… se mostraban ante mí de entre casa, porque para mí valía el bienestar de ellos más que la apariencia. Y no llevaba en mis visitas más que mis oídos, mi fé, mi sonrisa, mis manos… y eventualmente un ramito de flores para darle color a los días.

Leyendo Las viudas de los jueves recordé muchas partes de ese proceso. Y la lectura me ayudó a comprender esas miradas de suficiencia, la descalificación de mi labor sencilla… y también la desesperación posterior. Y sentí el dolor de la pérdida una vez más, pero también por la imposibilidad de aliviar el dolor de ese corazón de bolsillo tan lleno como impotente. Me queda la serenidad de haber dado lo mejor de mí, de haber estado de verdad hasta el final…

Sólo deseo que Dios tenga piedad de esos corazones, hay muchos viudos y viudas de los jueves andando por ahí, con la tristeza de tener tanto y a la vez tan poco, y con la impotencia y la desesperación como final…

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