El mural

El museo de la Casa Rosada, antes llamado museo del Bicentenario, es pequeño y ocupa el espacio de la antigua aduana Taylor. Allí llegaban los barcos desde la época de la colonia, cuando, donde hoy está la casa Rosada, estaba el fuerte y el puerto. En este espacio de investigación arqueológica, hoy hay un resumen de la historia argentina contado en pantallas planas, donde resuenan fragmentos de discursos, de noticias, momentos históricos emblemáticos. Sin embargo, basta un buen documental para evitar esta parte del museo. A mi parecer, el museo vale simplemente por la joya que tiene expuesta en el extremo opuesto de la puerta. Las dos veces que fui allí, fui a ver esa obra y nada más.

Se trata de la reconstrucción del sótano de la casa quinta de Natalio Botana en Don Torcuato. Lo valioso no es el sótano en si, sino el mural que alberga. Se trata de una obra única en múltiples sentidos, lo que le da un valor inmenso. Además, la historia de su creación, de su olvido y posterior recuperación súmamente representativa de una época y de un contexto político.

En 1933, el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros llega a la Argentina. Sus motivaciones eran diversas, pero claramente la política no era menor. Siqueiros era comunista, y llega exiliado desde su país natal. Aquí contacta a una serie de artistas argentinos que se interesaron por desarrollar la técnica del muralismo. Para ello, realizaron un ejercicio plástico, esto es, pintaron un mural colectivo bajo la indicación de Siqueiros, donde ensayaron las técnicas que estaban adquiriendo. El lugar que obtuvieron para ello fue el sótano de la quinta de Natalio Botana, director del diario Crítica. Allí, Lino Spilimbergo, Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y Enrique Lazaro crearon una obra asombrosa.

Cuando la quinta fue vendida, comenzó una serie de litigios legales que llevaron a la extracción del mural según las técnicas más sofisticadas. Durante años, los pedazos de paredes y piso del sótano de la casa estuvieron en un contenedor en el puerto, detenidos por la justicia que no permitía su salida del país. Finalemente, el Estado Nacional decidió expropiar la obra, a la que consideraba patrimonio cultural de la nación, y comenzar su montaje y restauración. Gracias a ello, hoy está abierta a todo público que quiera admirarla.

El «ejercicio plástico» tiene, a priori, dos rasgos únicos: por un lado, es la única obra mural de David Alfaro Siqueiros que no tiene contenido político; por otro, al tratarse de una obra de ejercicio colectivo, no logra distinguirse lo que cada artista aportó a la creación.

Ingresar al sótano reconstruído es una experiencia asombrosa. La obra representa una burbuja de aire que contiene al espectador. Hacia ella llegan, curiosas, toda una serie de figuras femeninas. Es impresionante clavar la mirada en los ojos de cualquiera de ellas y ver cómo efectivamente nos siguen mirando, no importa donde nos coloquemos. Por otro lado, a medida que nos desplazamos, las figuras se van reacomodando a nuestro ángulo de visión, brindando la ilusión del movimiento. La sensación envolvente es muy especial, tanto que uno no quisiera salir de allí, pese a sentirse tan observado. Hay una sola figura que no nos mira, que es a la vez la única figura masculina. Según dicen, es el propio Siqueiros el que quiso aparecer representado allí.

A partir de este ejercicio, se formó la escuela de muralismo argentino que, entre otras cosas, pintaría la cúpula de las Galerías Pacífico en 1946.

Hay toda una serie de canal Encuentro que resume la historia del mural, y también se ha hecho una pelicula. Todo muy lindo, pero si me dan a elegir, yo me quedo una y otra vez con las sensaciones que me quedaron de estar metida adentro de aquel mural.

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