Resistencia a la decadencia

¿En qué momento llegamos a esto?

¿En qué momento las notas, números vacíos, se convirtieron en la razón de ser de la educación, sin importar el conocimiento que tenga?

¿En qué momento empezó a ocurrir que el alumno manda y el maestro obedece?

¿En qué momento el chico empezó a imponer las reglas de juego, independientemente de los conocimientos didácticos que no tiene pero que sí posee el profesor?

¿En qué momento los padres empezaron a respaldar, cuando no a fomentar, estas conductas?

¿En qué momento los directivos cedieron a la presión hasta apretar a un profesor que no aprueba a sus alumnos, o que al menos no les facilita más la aprobación?

Algo se perdió en el camino desde que egresé hasta que empecé a ejercer como docente. Tal vez sea la decencia, o la conciencia, o el valor del esfuerzo, o el valor del saber…

Y no hablamos de 1969, hablamos de 1999, diez años atrás.Y hablamos de una misma escuela, una misma institución, un mismo edificio, y también de casi la misma gente.

Cuando nosotros no sabíamos, nos daba vergüenza que nos llamaran al frente y quedar en evidencia que no sabíamos. Hoy es una gracia y un motivo de discusiones interminables.

Cuando nosotros nos mandábamos una macana, ir a la dirección nos daba pánico y saber que llamaron a nuestras casas también, porque mamá vendría a la escuela y serían un dos a uno en contra para ponernos en nuestro lugar… Hoy es el docente el que está dos a uno abajo. Siempre. Inevitablemente.

Cuando nosotros desaprobábamos una materia, o corríamos el riesgo simplemente, nos angustíabamos y hacíamos el esfuerzo de aprobar, y nuestros padres se ponían firmes y nos sacaban cosas hasta que lográbamos el objetivo. Hoy los chicos se indignan, hacen una discusión interminable y los padres los avalan.

¿A dónde fue a parar el valor de educar para pensar? ¿A dónde fue a parar el valor de la educación como fuente de crecimiento personal y de progreso? No lo sé, y a los que seguimos defendiendo esos ideales, nos sobrevienen las presiones de todo tipo para ganarnos por cansancio y que renunciemos o nos amoldemos. No nos dan otra alternativa.

Esta semana la directora de estudios me gritó, me cuestionó, me dijo que no la escucho, me impidió de mal modo ir a mi sesión del kinesiólogo asignándome tareas que excedían mi horario de trabajo, me «apretó» junto con otra y delante de mis alumnos para que anulara una prueba, y trató de intimidarme diciendo que los padres estaban juntando firmas para echarme, hecho incentivado por el rector, como comprobé luego.

¿Cómo no claudicar? ¿Cómo resistir? ¿De dónde sacar fuerzas? La respuesta está siempre delante de nuestros ojos. Fueron mis alumnos de 3º año los que me dijeron «profe no se deje apurar así», «profe es una locura que la quieran echar, usted es buena persona, es exigente, pero eso no está mal». Son ellos los que me corren por el pasillo para saber cómo va la cosa y para darme ánimo. Por ellos vale la pena la resistencia. Porque si el mundo adulto está podrido, hoy más que nunca tenemos que preservar a los jóvenes, que son nuestra esperanza.

Entonces sigo resistiendo, porque si no, ¿cómo les enseño a hacerse cargo de sus actos, si yo no me hago cargo de los míos? ¿Cómo les exijo, si pierdo mi coherencia ante la menor presión? ¿Cómo les enseño a ser personas de bien, si pierdo mi integridad porque la autoridad así lo pide? ¿Cómo les inculco el valor del trabajo, si el miedo me lleva a igualarlos con los que no trabajan? ¿Cómo les enseño la importancia de las convicciones y los valores si abandono los míos cuando el barco parece hundirse?

Si el mundo está en decadencia, quiero resistir. Quiero enseñar con el ejemplo, aunque eso implique llanto y sacrificio. Porque ellos están ahí mirando, y algo les queda de las cosas. Ellos son justicieros e idealistas, y me interesa que vean que no es gratuito construir un mundo mejor, pero que se puede. Y en toda esta lucha mi apoyo son ellos, los que todavía puedo rescatar, y Dios omnipresente que ve nuestros corazones y conoce nuestras intenciones.

Y así seguimos en la lucha, resistiendo a la decadencia porque creemos en el sueño de un futuro mejor.