La ruta de Salamone

Invasión Salamone es una serie que fue emitida por la TDA en el año 2012. En los capítulos se combina el documental con la ficción: la historia sigue los pasos de Gonzalo, un creador de comic que recibe la propuesta de hacer una historia basada en las obras del arquitecto Francisco Salamone. Para ello deberá averiguar quién fue este arquitecto y conocer su obra.

Nadie permanece inmutable frente a una obra de Salamone; y de eso trata esta historia: de cómo la arquitectura puede influir en nuestras sensaciones y estados de ánimo, e incluso inspirar nuevas obras. De esta forma, las historias de Gonzalo y Salamone se irán entrecruzando y creando paralelismos.

Pero… ¿quién fue Francisco Salamone?

Se trata de un arquitecto nacido en Italia, que llegó a la Argentina de chiquito y que con el tiempo estudió arquitectura en nuestro país. Durante la década de 1930 aún se seguían construyendo edificios para las instituciones públicas, y la provincia de Buenos Aires lo contrató para que lleve a cabo los proyectos para algunos municipios. Muchos de los partidos del sur y oeste de la provincia eran territorios que habían sido incorporados por las campañas al desierto, y aún tenían sus cabeceras en construcción. La obra de Salamone se concentró fundamentalmente en palacios y delegaciones municipales, diseño de plazas, pórticos de cementerios, mataderos y algunos mercados.

El estilo predominante de sus edificios es art deco, con predominio de formas simples: lineas rectas, círculos. La mayor parte de sus edificios son simétricos, y se destacan por su tamaño monumental. En cierto sentido, desentonan frente a la pequeñez de las ciudades donde se ubican. Las municipalidades tienen enormes torres con un reloj que se elevan por sobre las casas de una planta que predominan. En cierta forma, estos enormes palacios municipales buscaban reforzar la presencia simbólica del Estado en el territorio, sobre todo en competencia con la iglesia, que era hasta entonces la torre más alta de muchos de los pueblos. Al lado de las municipalidades salamónicas, las iglesias parecen de miniatura.

Quizás por lo desproporcionado frente al entorno, o porque se lo asociaba con el gobernador Manuel Fresco y sus prácticas de fraude electoral, la obra de Salamone quedó en el olvido por muchos años. Hoy hay toda una corriente de revalorización de este patrimonio, que está llevando a la restauración de muchos edificios y al fomento de rutas que los enlazan.

Por la ruta de Salamone

Hace un tiempo hicimos parte de la ruta de Salamone en la provincia: Guaminí, Carhué, Saldungaray, González Chaves, Azul. No fue mucho, pero fue suficiente como para empezar, y nos quedamos con ganas de más.

Ya en un viaje a Tandil el micro entró a la localidad de Rauch, y cuando vimos asomar la torre  de la municipalidad por sobre las casas nos prometimos salir a recorrer las ciudades con obras de este arquitecto. Por desconocimiento, se nos escapó Balcarce, donde estuvimos varias veces, y Tornquist.

El matadero de Guaminí es una metáfora de lo que lleva dentro: una alta torre con círculos que parecen cuchillas. Fue el primer edificio del arquitecto que vimos en nuestro viaje; lo reconocimos de inmediato a la entrada de la ciudad. Luego, la torre de la municipalidad apareció por sobre las casas. El edificio simula ser el puente de mando de un barco; me gusta imaginar que la proa mira tierra adentro y la popa se interna en la laguna. Fue allí donde vimos la primera plaza diseñada por Salamone, con sus bancos, luminarias, glorietas y la gran fuente.

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Luego, Carhué; una municipalidad que es más pequeña de lo que Salamone soñó, y que tiene algunos elementos distintivos, como sus formas curvas. Salamone también diseñó el matadero que está a medio camino entre Epecuén y Carhué, famoso porque quedó bajo el agua durante la inundación que inició en 1985. Hoy se halla en ruinas en medio de un entorno que tiene algo de fantasmagórico. Finalmente, el cristo que señala el camino al cementerio de Carhué, que también quedó bajo el agua y al que los vecinos atribuyen la protección de la ciudad frente al agua.

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Saldungaray es sede de un interesante centro de interpretación de la obra de Salamone. Allí nos atendió una señora muy entusiasta que nos contagió su pasión por el arquitecto. Una recorrida por el centro nos permitió ver la delegación municipal, el mobiliario de la plaza, el mercado. Luego, fuimos a la joya del lugar: el portal del cementerio. Un círculo de mayólicas azules donde resalta la cabeza de un Cristo doliente en medio de la cruz. Todo enmarcado en el paisaje de campos y sierras.

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La torre de la municipalidad de González Chaves asoma sobre la ciudad y se ve desde la ruta 3, en un fenómeno que se repite en muchas ciudades donde intervino Salamone. Aquí hay también un mercado, y a través de los vidrios de la puerta pudimos tratar de ver un poco del interior de la municipalidad.

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El recorrido finalizó en Azul, donde pudimos ver los distintos diseños de luminarias, bancos y macetones de la plaza. Llegamos al atardecer a una de las obras más impactantes de Salamone: el portal del cementerio, con la inmensa escultura del ángel que hiela la sangre de solo verlo. Aún no habíamos llegado pero nos estábamos acercando, y la punta de sus alas comenzó a sobresalir sobre las terrazas de las casas. Imponente, sobre todo por las sensaciones que transmite.

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Cuando vi la serie, me transmitió muchas de esas sensaciones que habíamos vivido en nuestro viaje, y me dieron ganas de volver a la ruta. Nos queda aún Laprida, Coronel Pringles, Tornquist, Balcarce, Rauch, Pellegrini, Alberti… y tantos otros lugares donde este arquitecto dejó su huella. En algún momento, Dios mediante, cuando amaine la pandemia, podremos retomar nuestras aventuras. Mientras tanto, viajamos a través de los videos y nos ilusionamos con el mundo que pronto vamos a descubrir con nuestros propios ojos.

Gobernanza, participación ciudadana y diálogo de saberes

El lema de la Agenda 2030 es «que nadie quede afuera». Esto hace que la participación ciudadana en la definición de los proyectos para alcanzar los ODS sea un elemento imprescindible. De hecho, el ODS 17 está dedicado a la Gobernanza y a la construcción de alianzas que permitan alcanzar los objetivos mediante la cooperación de los distintos sectores.

En este contexto, cobra especial importancia la idea del diálogo de saberes. Este concepto parte de la base de que todas las personas cuentan con conocimientos igualmente válidos, sean estos de origen más teórico (relacionados con estudios formales y científicos) o empírico (construidos mediante la práctica cotidiana y la interacción con el ambiente). El diálogo de saberes busca romper con la perspectiva eurocéntrica, basada en el predominio y superioridad del conocimiento científico y la concepción del mundo desde la idiosincrasia occidental, dando lugar en pie de igualdad a otros corpus de conocimiento que fueron históricamente subestimados. 

Desde la perspectiva del diálogo de saberes, la creación de un espacio participativo no es condición suficiente porque que haya un espacio de intercambio no quiere decir que las miradas se incorporen automáticamente al diseño, implementación y evaluación de los proyectos.  En este sentido, que los distintos actores planteen su postura en una reunión no implica un diálogo, si cada parte permanece cerrada en su concepción del asunto. 

Para que los distintos saberes sean realmente puestos en diálogo y se reflejen en los programas, implica un cambio profundo en la mirada y una voluntad de interacción con el otro en pie de igualdad. Este cambio de mirada requiere primero una reflexión individual por parte de cada uno de los actores, que predisponga a construir un verdadero diálogo. 

Un verdadero diálogo parte de reconocer que mi mirada de la situación parte de la experiencia y de una serie de elementos que fueron construyendo mi subjetividad; y que las demás miradas han recorrido procesos similares, a partir de experiencias distintas a la mía. En este punto, la relativización de culturas comienza por entender que mi mirada es una más dentro del concierto, y que así como tengo elementos para aportar, los otros también tienen los suyos. El verdadero diálogo implica estar abiertos al intercambio con lo diferente que nos interpela y nos permite enriquecer la propia mirada de la realidad. 

Por otra parte, es necesario reconocer de modo conciente que cuando concedo valor al saber del otro, le estoy otorgando un poder, ya que el poder se construye y se apoya en un entramado de saberes. Al negar la validez del saber del otro, se le niega poder, y eso genera una sensación de seguridad para quien posee el saber dominante. Implica un acto de grandeza reconocer que el otro tiene poder y disponerse a dialogar en pie de igualdad.

Los ODS, desde la premisa “que nadie quede afuera”, se refieren a que cada persona tiene el derecho y el poder de participar en la construcción del mundo, e invita a reconocer los saberes locales, que en muchos casos fueron largamente negados, como elementos fundamentales del diseño, implementación y seguimiento de estrategias de desarrollo. En este sentido, si analizamos muchas políticas implementadas, podremos ver que parten de un conocimiento teórico de la realidad local. Desde una concepción basada en experiencias extralocales, se diseñan políticas con muy buena voluntad pero con poco tino, que no se ajustan a las dinámicas reales del lugar. En este punto, el saber práctico de quienes habitan un territorio es fundamental para el éxito de los proyectos, ya que aportan un saber empírico, muchas veces ancestral, que nace de la interacción cotidiana con el medio. Muchas veces se desdeñan estos saberes por ser no-modernos, por utilizar tecnologías no sofisticadas. No obstante, en la mayor parte de las situaciones, la solución local suele ser la más práctica, la menos costosa y la más sencilla de implementar, ya que es fruto de la experiencia de quienes se enfrentan cotidianamente al problema desde siempre, y llevan generaciones pensando respuestas a los desafíos que se presentan.  Por otra parte, las políticas implementadas con genuino diálogo de saberes tienen mayor aceptación por parte de la comunidad, ya que se incorporan al abanico de situaciones que son familiares. 

El verdadero desarrollo parte de uno: poner a los actores en un lugar pasivo, menospreciando sus saberes y capacidades es imposición, no desarrollo. Reconocer a los distintos actores su derecho a participar activamente en los procesos de gestión de los procesos que tienen impacto directo sobre su propia vida es hacer honor a la dignidad de cada persona y propiciar su desarrollo genuino.

Reflexiones sobre la ética en tres dimensiones

Las problemáticas ambientales actuales han llegado a una situación en la cual ya no alcanzan los esfuerzos individuales voluntarios. Aún cuando una persona intente actuar de modo responsable, estamos en un contexto donde los efectos de su acción dependen cada vez menos las intenciones del autor y más de las condiciones propias del medio; y donde un individuo puede calcular los efectos a corto plazo de una acción, pero los efectos a largo plazo son impredecibles. De esto surge que cada vez más es necesario que las acciones se afronten en colaboración, con la participación activa de todos los actores involucrados en la problemática social y ambiental del mundo (es decir, de todos).

En este sentido, cobra importancia una nueva mirada de la ética denominada ética en tres dimensiones. Todo individuo que decide actuar éticamente, lo hace buscando el bien. Probablemente todas las personas en el mundo actúan en nombre del bien (a menos que sean supervillanos de Marvel). Sin embargo, el concepto de bien es subjetivo y adopta tantas concepciones como personas hay en el mundo. Por ello, la ética en tres dimensiones provee estrategias para analizar el comportamiento responsable desde el punto de vista individual, teniendo en cuenta que cualquier acto individual genera impactos en tres niveles: individual, social, mundial. De esta manera, la ética en tres dimensiones está fuertemente relacionada con el concepto de responsabilidad social.

Una primera dimensión de la ética es la individual: refiere a los impactos sobre la persona individual, obligada por la conciencia a obrar de acuerdo a la virtud. La segunda es una dimensión social, donde ya aparecen los impactos sobre la comunidad organizada. En este caso, si los impactos de las acciones dañan a la comunidad, existen leyes que los sancionan y regulan los comportamientos. La tercera dimensión es la más abarcativa, y refiere a la responsabilidad que tenemos como humanidad. Los impactos negativos en este nivel son los que atentan directamente contra la sostenibilidad y permanencia en el planeta. 

Cuando nos pidieron en el foro que elijamos un ODS que nos represente y que lo analicemos desde la perspectiva de la responsabilidad social individual y la ética en tres dimensiones, me propuse el ejercicio consciente de analizar mis conductas cotidianas en términos de con qué ODS las puedo relacionar, de qué forma contribuyo (o no) a la realización de ese ODS, y de qué forma puedo mejorar mi conducta para colaborar mejor en el cumplimiento del objetivo.

Por el rol que tengo dentro del tejido social y la función que desempeño en él (soy educadora), identifiqué dos ODS como los que más me representan. Ellos son el ODS 12 de producción y consumo responsable; y el ODS 13 de acción por el clima.

En primer lugar, pude darme cuenta de hasta qué nivel todos los ODS están sumamente vinculados; básicamente encontré que las acciones que tomemos y los impactos que produzcan nuestras acciones involucran a más de un ODS. Así, focalizar la conducta responsable en un ODS nos lleva a aumentar también la responsabilidad en otros, de modo que la reflexión constante nos permite ir avanzando y orientando nuestras conductas a una consecución paulatina de los distintos ODS.

Por ejemplo, en relación al ODS 12, las prácticas responsables en este ODS tienen un profundo impacto en el ODS 13. Cada producto implica una huella de carbono en su producción y transporte; reducir el consumo o ajustarlo reduce esa huella de carbono. De esta manera:

– Ajustar el consumo a aquellos bienes que son necesarios, evitar el consumo superfluo, buscar la reparación de objetos, reduce de modo absoluto la huella de carbono.

– Elegir productos con menos packaging o con envases retornables, clasificar los residuos y realizar reciclado, reutilización y compostaje reduce la huella de carbono en tanto se reduce la cantidad de materiales necesarios para cada producto.

– Priorizar productos de empresas nacionales o locales que se produzcan en el país frente a los de empresas transnacionales, reduce la huella de carbono al reducir las distancias requeridas para el transporte de estos productos.

– Hacer un uso responsable de la energía, tanto en el hogar como en los desplazamientos, reduce también de modo absoluto la huella de carbono.

Podríamos identificar impactos positivos de estas conductas también en el ODS 14 de vida submarina, o en los ODS sociales.

En segundo lugar, caí en la cuenta de que yo puedo asumir la responsabilidad de ajustar mis conductas para que permitan el cumplimiento de los ODS, pero que al formar parte de un colectivo, sufriré los impactos igual que aquellos que no tienen conductas responsables. 

Por ejemplo, retomando el análisis del ODS 12 y su relación con el ODS 13, puedo tener un consumo racional que tienda a reducir mi huella de carbono, aislando térmicamente mi casa, implementando techos verdes, cuidando la salud del árbol que está en la puerta de mi casa. Esto me permitirá hacer un uso racional de la energía, ajustando el termostato de mi aire acondicionado en 27°C en verano, procurando comer cosas que no requieran extensas cocciones (para no encender la cocina y calentar el ambiente). Esto implica una planificación y ajuste de mis conductas a las necesidades sociales y planetarias, y no a mis caprichos individuales. No obstante, si otras personas talan el árbol de su casa porque genera suciedad, usan el aire acondicionado en 18°C mientras hornean su comida, lo más probable es que la matriz energética no de a basto y suframos todos de los cortes de energía y las consecuencias de un aumento de la temperatura a nivel global, hayamos o no hecho un uso racional de la energía. Esto se debe a que formamos parte de un colectivo, y las acciones las debemos tomar entre todos. En este sentido, uno debe estar preparado para sufrir estos reveses y no desmoralizarse.

Por otra parte, debemos entender que en cierta forma el colectivo es una suma de partes individuales, y que también parte de nuestra responsabilidad es difundir la información con la que contamos y concientizar a nuestros semejantes. De modo que si veo que mi vecino está teniendo conductas poco sustentables, puedo en principio conversar con él para transmitir la conciencia: no ganamos nada con ver la situación y quedarnos sólo con el reproche. En este punto, en mi rol de educadora, he colocado la sustentabilidad como eje organizador de mis secuencias didácticas, motivando la reflexión continua sobre estos temas en las aulas. Tengo la confianza de que los niños, niñas y adolescentes formados en la conciencia ambiental permitirán una aceleración de los cambios, a la vez que son importantes agentes de socialización para sus entornos familiares.

En tercer lugar, identifiqué hasta qué punto estamos inmersos en una red donde la mayor parte de nuestras acciones generan un impacto enorme del que sólo somos conscientes cuando hacemos un ejercicio de reflexión profunda. Por ejemplo, me hice consciente de la inmensa huella de carbono que tiene el almacenamiento de mis archivos en línea, ya que es necesario el funcionamiento continuo de inmensos servidores para que mi información esté disponible de modo constante, y el consumo energético que requieren es enorme. Comencé a reflexionar que allí también hay una posibilidad de consumo responsable: ¿qué de todos los archivos que guardo en línea es verdaderamente esencial? ¿Qué puedo borrar para reducir las necesidades de almacenamiento? ¿Qué puedo almacenar en mi casa, en distintos dispositivos que se mantengan desconectados y que se conecten sólo cuando necesito recuperar esa información? Todos los días se aprende algo nuevo, se toma conciencia de un aspecto a mejorar, y aparece un nuevo desafío para ajustar nuestras conductas.

En conclusión, me di cuenta hasta qué punto debe cambiar nuestro modo de vida, hasta qué punto vamos a tener que resignar comodidades insospechadas. Me di cuenta hasta que punto no alcanza la conciencia individual, y cómo el cambio va a implicar disciplina para soportar los efectos adversos de conductas colectivas irresponsables, aún cuando nuestra conducta individual sea responsable. Implica asumir que aunque no nos guste, somos el colectivo, y si el colectivo anda mal, nosotros andamos mal. La solución más sencilla puede resultar en arrojar la culpa afuera y decir que no tiene sentido ser individualmente responsables si no se cambia nada. Sin embargo, la solución éticamente correcta desde las tres dimensiones, es asumir el poder que nos toca, por pequeño que sea, y desde la conciencia de la pequeñez de sus impactos actuar responsablemente, tal como nuestra moral, la sociedad y la humanidad lo requieren. De esta manera, si cada uno asume su rol, es que lograremos que el colectivo sea responsable y alcanzaremos las metas que proponen los ODS.

Apuntes sobre la responsabilidad social

El siguiente artículo es una selección de fragmentos del texto del Dr. François Vallaeys denominado «Definir la responsabilidad social: una urgencia filosófica», disponible aqui.

¿Qué es la “responsabilidad”? Es el hecho de responder por sus actos, frente a los demás, y responder por el futuro en general. Esta capacidad es la de un ser que tiene la facultad de hacer promesas y cumplirlas, es decir que puede “disponer por anticipación del futuro”. Tal promesa de futuro deseado nunca es solitaria ni unilateral. Prometemos a los demás, y delante de los demás. Y, por eso mismo, ellos esperan algo de nosotros y nos juzgan en referencia a lo que hemos prometido cumplir: nuestras promesas nos “ligan” y nos obligan a la rendición de cuentas.

Todas las promesas responsabilizan al que promete, lo transforman en el encargado de una misión delante de los demás, luego en sujeto pasible de sanción si fracasa o traiciona. Nuestras responsabilidades son cargas, pero nos honran y nos dan dignidad: cualquier ser humano existe en un espacio social de reconocimiento en el cual es “deudor” porque se espera de él ciertos comportamientos en lugar de otros. Un ser humano del cual no se esperaría nada, habría sido destituido de su humanidad. No hay humanidad sin responsabilidad.

Sin embargo, ninguna promesa es certeza, porque el futuro, por definición, rehúsa cualquier garantía. Por un lado, el ser humano es frágil, de ahí la necesidad de la amenaza de sanción para que las promesas hechas sean efectivamente cumplidas. No hay responsabilidad sin orden moral y jurídico instituido para dar una cierta continuidad de confianza social en general, con base en una coacción subyacente. Por otro lado, las contingencias y los imprevistos ocurren a menudo. Los riesgos acechan. Es por eso que la promesa es hermana del perdón, que los humanos se organizan colectivamente para domeñar el futuro (no podrían nunca individualmente), y que las responsabilidades que se le atribuye al individuo son limitadas. Porque no se le podría pedir más de lo razonable: controlar sus actos en forma racional, siguiendo reglas y misiones sociales preestablecidas, dentro de los límites de su poder y saber. Si no sabía o no podía hacer de otro modo, entonces hay que perdonarle: “no fue su culpa”.

No hay responsabilidad sin imputación de alguien en lugar de nadie. A la persona negligente que, por su comportamiento, aumenta los riesgos de daños, se le puede reprochar su irresponsabilidad, incluso si ella no lo ha hecho “a propósito”. Al contrario, todo lo que ocurre por azar es culpa de nadie. Es así cómo cada época arbitra los límites de las responsabilidades que reconoce, a la luz de su poder de control sobre el futuro, trazando la frontera entre el hecho de alguien y la ocurrencia de nadie, entre quién y qué. A menor poder técnico sobre el futuro, más importancia cobran los dioses o el azar; a mayor poder técnico, mayor responsabilidad de los humanos frente a lo que ocurre.

 

La globalización y la responsabilidad social

En la actualidad, nuestro actuar local, vuelto global, genera procesos que afectan a la totalidad del mundo humano y no-humano. Nos hemos vuelto una “bio-antropo-esfera” y habitamos en nuestros propios objetos que alcanzan a cierta escala una dimensión mundial, lo que hace que provoquen impactos globales. Ya no hay modo de externalizar los problemas en un mundo globalizado, sencillamente porque no hay un “afuera” donde externalizar. Todo rebota y se relaciona con todo, la acción humana con los procesos naturales y viceversa. Desde luego, no hay más fatalidad, no hay más “culpa de nadie”. Cada quien, desde su pequeña vida cotidiana, se ha vuelto mundial y sistémico. Es difícil de controlar y soportar. De ahí la necesidad de renegociar las estrechas fronteras de la responsabilidad a la nueva medida del mundo entero.

Quien tiene poder global debe tener responsabilidad global. Pero esta responsabilidad no puede ser imputada sin injusticia al individuo aislado o a ciertas personas de gran poder (jefes de Estados y/o Directivos de multinacionales, por ejemplo); porque sería como dar demasiada responsabilidad a quien no tiene real poder, o bien demasiado poder a quien no tendría que rendir cuentas a ningún contrapoder. Tenemos pues que compartir esta responsabilidad global, instituirla democráticamente como promesa de corresponsabilidad entre todos. Aquí nace la idea de una “responsabilidad social”, como exigencia de instituir una sociedad responsable en la que cada quien participe, según su poder en el futuro digno y sostenible de la humanidad, en coordinación con todos los demás, bajo promesa mutua de responsabilidad.

Y entonces llegamos a la cuestión de la responsabilidad social. Si la “responsabilidad social” fuera libre compromiso voluntario, no merecería ni siquiera el nombre de responsabilidad, puesto que toda responsabilidad implica deber de rendir cuentas, deber oponible al sujeto responsable por los demás. Si nadie puede oponer al “promitente” su propia promesa, si nadie se puede exigir cumplir con ella, entonces no hay promesa ni responsabilidad, hay sólo declaraciones de buenas intenciones, que pueden fácilmente esfumarse.
Así, la responsabilidad social no concierne sólo a las empresas; es más bien la exigencia de construir una sociedad responsable de sí misma, finalidad a la cual deben de colaborar todos los actores sociales privados como públicos, con o sin fines de lucro. Esto significa también que una organización jamás puede ser socialmente responsable sola, puesto que los impactos de su actuar la desbordan siempre hacia otras organizaciones.

 

Sustentabilidad y responsabilidad por los actos e impactos

La meta de la responsabilidad social es la transformación de nuestro modo de existir en el planeta. Somos responsables de asegurar la existencia digna y autónoma de nuestro prójimo y de nuestro lejano descendiente (justicia intra e inter-generacional).

Las responsabilidades moral y jurídica remiten a lo que las personas hacen (los actos); la responsabilidad social remite a lo que hace lo que ellas hacen (los impactos), los efectos colaterales de las acciones que, por definición, no son directamente percibidos ni deseados (efectos sistémicos, cruzados, globales). Los actos tienen un nombre propio, un autor imputable. Los impactos son anónimos, se parecen a la fatalidad, aunque la humanidad sea su causa, al menos en forma parcial (pensemos en el recalentamiento global). Los impactos no son directamente imputables a autores precisos, sino serían actos. Tratar a los impactos negativos como si fueran “culpas” sería exagerado, porque son “hechos sociales” que remiten a una “imputación social”. Por eso la responsabilidad social no es responsabilidad moral personal ni responsabilidad jurídica.

El dilema entonces es el siguiente: o bien yo quiero ser responsable sólo de mis actos, y me lavo las manos de todas las desgracias del mundo que estos actos inducen sin que yo lo quiera. Con esa posición cómoda, me vuelvo un irresponsable. O bien yo quiero también ser responsable de todas las lejanas consecuencias de mis actos, y ya no puedo asumir una responsabilidad que se ha vuelto excesiva para mis pequeñas fuerzas. Con esa posición irrealista de querer asumir lo que no puedo asumir, me vuelvo otra vez un irresponsable. En ambos casos, al querer ser responsable, me vuelvo irresponsable. El dilema sólo puede ser zanjado con decisiones ético-políticas y la institución de una corresponsabilidad ampliada entre actores sociales dotados de suficiente poder y saber como para influir sobre los impactos negativos detectados. Esto es la responsabilidad social, nada más ni nada menos.

Hoy en día, es la Ciencia, y las relaciones de causa y efecto que revela, la que nos permite renovar este dilema, transformando los impactos en saber, luego en casi actos: apenas empezamos a conocer la relación existente entre cierta práctica social y cierto problema público (por ejemplo: entre las emisiones de CO2 y el cambio climático; entre la alimentación industrial y el aumento del cáncer; entre la desregulación económica y el chantaje social y fiscal entre los Estados), entonces el impacto ya no aparece como una fatalidad (la culpa de nadie) sino como el efecto colateral generado por un conjunto de interacciones sociales (nuestra responsabilidad, puesto que se trata de un efecto “social”). El impacto anónimo se vuelve “nuestro” impacto. Pierde su carácter anónimo, y, al mismo tiempo, suscita el deber de asumirlo colectivamente, como nuestra corresponsabilidad. No se trata todavía de nuestro acto, pero ya no es el azar. Para designar esta paradójica categoría de actuar que no es ni acto, ni fatalidad, quizás podríamos inventar la palabra: “impacción”; mitad impacto, mitad acto. Frente a los “impacciones” negativos del actuar social, es razonable que los deberes de justicia y sostenibilidad nos exijan responsabilidad y reparación, desde luego oponibilidad y rendición de cuentas.

Es por eso que la responsabilidad social de las ciencias y su capacidad crítica, son tan importantes: no hay modo de responsabilizarnos por nuestros impactos si estos quedan en los limbos. Otra vez, hay que considerar la responsabilidad social de todas las organizaciones, bajo el deber de reflexión, investigación y divulgación transparente de todos los impactos sociales y ambientales negativos de nuestro actuar.

La responsabilidad social, a pesar de basarse en una imputación social y no individual, constituye una verdadera responsabilidad imputable y susceptible de desembocar en sanciones, y no un mero “compromiso” unilateral voluntario para cumplir con acciones altruistas a favor de la sociedad, cuando quiero y como quiero, sin que nadie me pueda exigir ni reprochar nada cuando no hago nada.

¿Cuál es la relación entre la “impacción” develada y la responsabilidad? Existen dos posibilidades. En un caso es una responsabilidad jurídica: prohibición del acto y sanción a los que, incumpliendo con la prohibición, son responsables ante la ley. En otros casos, son modos enteros de producción, vida y consumo, los que están en juego y que intervienen en los problemas sistémicos diagnosticados (problemas ecológicos, económicos, culturales, etc.). La lucha contra los impactos negativos, en dichos casos, es cuestión de responsabilidad social.

Si pudiéramos empezar seriamente a diagnosticar y tratar los impactos negativos de cada organización, habría ciertamente más incomodidad al inicio en las iniciativas de responsabilidad social, pero más eficacia y felicidad al final, porque la responsabilidad social no es cómoda acción altruista para los necesitados afuera de la organización, sino incómoda reorganización de sus rutinas adentro para su mejora continua (supresión de sus “impacciones”). Si pudiéramos confundir menos los problemas que dependen de la responsabilidad jurídica de las organizaciones con aquellos que remiten a su (co)responsabilidad social, lograríamos ciertamente menos pelea ideológica alrededor del tema de la responsabilidad social. Podríamos avanzar más en el ámbito de la responsabilización jurídica de las empresas, sobre todo las transnacionales (que tienen por el momento demasiados derechos y muy pocos deberes), y también avanzar más en el ámbito de las innovaciones inter-organizacionales para el fomento de una economía global más justa y sostenible.

La importancia del financiamiento climático en el desarrollo sostenible

Intervenir para revertir los procesos que generaron el cambio climático, mitigar sus efectos adversos y generar un desarrollo sostenible de aquí en más es un proceso que requiere inversión. Se precisa hacer grandes cambios para adecuar la matriz energética, remplazando la dependencia actual de los combustibles fósiles por generación de energía a partir de fuentes renovables. Teniendo en cuenta que el sector transporte es uno de los rubros que mayor cantidad de energía utiliza y que depende casi por completo de los combustibles fósiles, también se deben encarar acciones en este sentido, una de las cuales implica la promoción del uso del transporte público. Y la lista podría continuar.

Cualquier acción de este tipo, necesaria para hacer frente al cambio climático, requiere enormes cantidades de capital que deben provenir de distintas fuentes. Suele responsabilizarse a los Estados (se piensa en gobierno puntualmente) por la construcción de la infraestructura necesaria. Sin embargo, la responsabilidad es compartida: por su definición, el Estado es la organización de una población que habita un territorio, administrados por un gobierno. Es decir, el Estado son todos los actores que participan de él, no solo el gobierno. La responsabilidad es compartida entre todos los miembros, en principio porque toda persona, con sus acciones directas o indirectas, contribuye a la emisión de gases de efecto invernadero. Además, así como se espera que los Estados más desarrollados generen transferencias de capitales y tecnología hacia los Estados subdesarrollados, sería esperable que al interior de cada Estado los sectores con mayor poder adquisitivo realizaran una transferencia similar. Una de las formas de lograr esa transferencia es a través de las oportunidades de inversión financiera.

En el contexto actual, el sistema financiero moviliza gran cantidad de recursos económicos. Al ser un espacio donde “se pone el dinero a trabajar” para generar ganancias, me parece importante introducir la conciencia sobre el destino de las inversiones, orientando a los inversores a colocar su dinero en rubros que generen la doble ganancia de revertir el cambio climático, además de representar una ganancia monetaria.

No obstante, si bien el sistema me parece superador, me plantea ciertas dudas. Este modelo de inversiones permite avanzar en la consecución de los ODS ambientales, sobre todo el referido al cambio climático (aunque con los bonos azules también se comienza a prestar atención a la salud de los océanos). Sin embargo, ¿qué sucederá con los ODS referidos a reducción de la pobreza y la desigualdad? Ya que la inversión financiera aumenta la brecha entre ricos y pobres, en vez de fomentar una redistribución de la riqueza. Por otra parte, ¿qué tan consciente puede ser una inversión que destina dinero a emprendimientos sustentables simplemente porque me genera una ganancia monetaria? En este sentido, es dable pensar que las empresas excluidas de las inversiones generen contrapropuestas atractivas para retener las inversiones. 

En suma, el principal punto que me genera incertidumbre es que se sigue manteniendo un sistema con eje en que la economía tiene que seguir creciendo, lo cual implica seguir aumentando la presión sobre el ambiente. Quizás se migre a energías renovables y se descarbonice la atmósfera, pero estas energías implican una presión sobre otros recursos, por ejemplo, el litio para la construcción de baterías, que en vez de emitir gases de efecto invernadero, genera la destrucción del equilibrio de los ecosistemas de donde se extrae. Así, adecuar la matriz energética con la intención de seguir satisfaciendo una demanda creciente de energía vuelve al sistema igualmente insostenible. En otras palabras, se cambia un problema por varios otros.

Ante la urgencia de cambios drásticos (con su consecuente inversión), considero que allí sí le corresponde a los Estados tener una participación activa: los gobiernos deberían regular y orientar el destino del dinero invertido, mientras que la población civil, miembro fundamental del Estado, debería asumir la responsabilidad que le toca, tanto de invertir como de reclamar. Pero fundamentalmente, debería hacerse un esfuerzo por revertir la lógica de la ganancia: que la mayor ganancia pase a ser la ambiental, la del bienestar social, frente a la ganancia económica. En todo caso, ¿para qué sirve el dinero guardado? en algún punto, es como si no existiera,  Y puede parecer un cliché, pero el dinero acumulado no podrá comprar ni la salud, ni los ambientes destruidos, ni la subsistencia de la humanidad sobre el planeta. Por tanto, resulta fundamental construir inversiones desde una lógica solidaria y comunitaria que supere el lucro individual. Sólo así esta será realmente útil para alcanzar la realización de los ODS.

Apuntes sobre normativa relativa a los ODS en Argentina

La Agenda 2030 está profundamente vinculada con la defensa de los derechos humanos. En este sentido, aunque las disposiciones de la Agenda sean no vinculantes, por el solo hecho de orientarse al cumplimiento de estos derechos, su implementación se vuelve obligatoria de hecho para los Estados suscriptos.

En el caso de Argentina, con la reforma constitucional de 1994 se incorporó el derecho al ambiente sano en el artículo 41 de la Constitución Nacional, estableciendo responsabilidades para su cumplimiento. Desde este punto de vista, la Agenda 2030 se vuelve un elemento relevante a la hora de garantizar este derecho a la población.

Nuestro país está organizado bajo la forma federal de gobierno, donde cada provincia puede administrar autónomamente su territorio según los lineamientos de las leyes nacionales que se desprenden de la Constitución Nacional. En este sentido, el federalismo presenta ventajas y desventajas. Por un lado, ante la diversidad ambiental que tiene nuestro territorio, tanto en sus aspectos naturales como poblacionales y productivos, el abordaje desde las provincias puede atender mejor a las particularidades locales. Como contrapartida, el manejo ambiental se vuelve dispar, generando muchas veces incongruencias en el manejo de un mismo ambiente en distintas partes del país. 

Estas competencias compartidas entre Estado Nacional y Estados Provinciales requieren de un trabajo articulado entre jurisdicciones, relacionado con la normativa. En este sentido, a partir de la incorporación del artículo 41 a la Constitución Nacional, se han sancionado distintas leyes marco nacionales, muchas de las cuales fijan presupuestos mínimos ambientales que deben ser preservados, generando líneas de acción para que las provincias organicen los sistemas que consideren pertinentes a su realidad provincial, y arbitren los medios para ponerlos en ejecución, controlar y sancionar los incumplimientos.

Un ejemplo de esto es la Ley de Bosques, sancionada en 2007, que establece los presupuestos mínimos de bosques nativos que deben ser conservados. La ley indica que los espacios boscosos deben ser catalogados según tres categorías: una de conservación estricta, una de conservación flexible, donde pueden realizarse otras actividades económicas; y  una de espacios libres de conservación. También establece presupuestos y organismos nacionales que permitan un trabajo articulado a nivel nacional. En base a esta ley, cada provincia debe realizar su Ordenamiento Territorial, estableciendo qué regiones de la provincia pertenecen a cada categoría de acuerdo a los presupuestos mínimos fijados por la ley; al mismo tiempo, deben crear un sistema de control y de sanciones por incumplimientos. Una vez establecidas las categorías de cada territorio, se podrá aumentar la protección, pero nunca disminuirla. Se busca así que las áreas protegidas vayan ampliando su superficie paulatinamente, a la vez que se impide que una zona catalogada como protegida deje de serlo. 

En la realidad se observa que estas leyes encuentran muchas dificultades para su implementación y cumplimiento, por falta de presupuesto, voluntad política, incongruencias normativas… En algún punto, se podría decir que, como en muchos casos, la normativa está, pero es necesario cumplirla. Sin embargo, esta situación se replica en muchos países a lo largo del mundo; de hecho, las Naciones Unidas observan con buenos ojos la multiplicación de normativa en el mundo que aborda los problemas ambientales, pero comienzan a reclamar que esas leyes se apliquen de modo efectivo. En este sentido, la Agenda 2030, con sus objetivos, metas e indicadores son una invitación a generar planes de acción concretos que permitan aplicar las normativas existentes.

Las masas boscosas y su importancia climática

El equilibrio ambiental planetario requiere del cuidado de todos los ecosistemas, ya que cada uno de ellos cumple funciones específicas dentro de la dinámica natural. Pero en materia de cambio climático, los espacios boscosos y selváticos del planeta son fundamentales. 

 

¿Tiempo o clima? Esa es la cuestión…

Quisiera comenzar haciendo una aclaración importante, que es la distinción conceptual entre tiempo meteorológico y clima; que se suelen tomar como sinónimos incluso a nivel mediático, incurriendo en confusiones importantes. 

Entendemos por tiempo meteorológico a las variaciones de las condiciones atmosféricas de un momento a otro y de un lugar a otro. Las fluctuaciones térmicas entre el día y la noche, los cambios locales en los vientos, las tormentas repentinas, forman parte del tiempo meteorológico. Sin embargo, hay ciertas regularidades que configuran el estado atmosférico promedio, lo que podemos esperar de la atmósfera de un lugar en un momento dado; a esto se lo denomina clima, e incluye todas las fluctuaciones del tiempo meteorológico. Cuando una persona dice “¿cómo va a estar el clima este fin de semana?” incurre en un error conceptual, porque la variabilidad en las condiciones atmosféricas de un día a otro refiere al tiempo meteorológico. De esta forma, existen fenómenos meteorológicos excepcionales que de por si no son indicadores del cambio climático (por ejemplo, la nevada en 2007 en Buenos Aires). Sin embargo, cuando esas excepciones van adoptando un patrón a lo largo de los años y se van convirtiendo en la regla, podemos identificar una tendencia de cambio climático.

Me parece importante distinguir los conceptos porque la temporalidad del tiempo meteorológico y del clima es distinta, y tomarlos como sinónimos puede llevar a la falsa creencia de que revertir la tendencia puede ser un proceso rápido (pocos meses o años) cuando en realidad los resultados serán graduales y a largo plazo (décadas y hasta siglos).

 

Las masas boscosas y el clima

Ahora, ¿por qué la disminución de las masas boscosas impacta sobre el clima? Bueno, porque el clima no depende solo de los fenómenos meteorológicos, sino también de los factores geográficos que los modifican. Algunos de ellos dependen de la posición geográfica, como la altura, la latitud, la distancia al mar; y son invariables. Pero otros son más variables y tienen mayor interrelación con el clima mismo, como la vegetación y las construcciones antrópicas. En este sentido, el cambio en cualquiera de los factores geográficos impacta sobre el clima.

En el caso de los bosques, su modificación implica impactos directos sobre los dos elementos que definen un clima: la temperatura y la precipitación. 

En cuanto a la temperatura, los bosques son importantes reguladores del efecto invernadero, ya que poseen la capacidad de capturar por fotosíntesis el dióxido de carbono del aire y construir con él sus tejidos. Cuando un árbol muere, ese dióxido de carbono se libera a la atmósfera paulatinamente por descomposición; cuando por efecto de la deforestación se queman extensas áreas boscosas, la combustión genera la liberación violenta de todo el dióxido de carbono acumulado en las estructuras vegetales. El aumento del dióxido de carbono en la atmósfera incrementa la capacidad de retención del calor, elevando las temperaturas del planeta de forma gradual a lo largo del tiempo.

En este sentido, es importante destacar otro error conceptual frecuente, que es considerar a los bosques como el “pulmón del planeta”, vinculándolos a su capacidad de proveer oxígeno. Si tenemos en cuenta que el oxígeno se libera por fotosíntesis, y que para hacer fotosíntesis se requieren estructuras con clorofila (verdes) podremos detectar que los árboles, pese a su tamaño, tienen una proporción reducida de su estructura que puede fotosintetizar, a diferencia de vegetales de menor porte pero que pueden hacer fotosíntesis casi con la totalidad de su estructura. En el sentido de la provisión de oxígeno, los verdaderos “pulmones del planeta” son las masas de algas marinas. Es por ello que su valor está dado por la capacidad de retener dióxido de carbono, justamente porque son individuos de mayor porte y con un ciclo de vida mucho más largo.

En cuanto al impacto de la desaparición de los bosques en las precipitaciones, se relaciona con el rol de regulador hídrico. Una vez más, es fundamental el tamaño de los organismos, ya que todas las plantas regulan la humedad ambiente balanceando la evaporación y la retención. En los bosques, la escala del balance es mucho mayor. La retención de agua en los suelos y en forma de humedad ambiente genera una mayor regularidad en las precipitaciones. La eliminación de las masas boscosas genera, por un lado, que los grandes volúmenes de precipitación que antes se retenían fluyan violentamente a otros ambientes mediante la escorrentía; y por otro, al no haber retención de aguas se reduce la disponibilidad hídrica en períodos secos, ocasionando mayores sequías en la propia área deforestada. El clima pierde su regularidad y cambia hacia situaciones donde los extremos de sequía y precipitaciones torrenciales se convierten en la regla.

 

Nuestros bosques más cercanos

Para terminar, quisiera hacer una reflexión sobre la sustentabilidad de los espacios urbanos y su relación con el arbolado. En los espacios urbanos la eliminación de la naturaleza es casi total, y en las últimas décadas, los procesos de densificación de la trama urbana que tienen lugar en muchas ciudades incrementan aún más esa pérdida.

El reemplazo de casas unifamiliares por edificios en altura, y la propia ampliación de las casas para satisfacer las nuevas demandas espaciales de la vida cotidiana se realiza en detrimento de los jardines y pulmones verdes de las ciudades. Por otra parte, la presión inmobiliaria se manifiesta también en la pérdida de arbolado urbano bajo premisas de mayor seguridad, mayor limpieza, e incluso porque tapan la visual de los nuevos edificios. Se pierden así los elementos reguladores hídricos, como los suelos capaces de absorber las precipitaciones y a la vez proveedores de humedad que permite mitigar los cambios bruscos de temperatura.

Las superficies construidas absorben la radiación solar y la emiten al ambiente como radiación infrarroja, elevando la temperatura; mientras que los vegetales absorben la radiación emitiendo porcentajes mucho menores de calor, ya que utilizan la energía para realizar fotosíntesis. Es por ello que necesitamos replantearnos también la reforestación de nuestras ciudades. El arbolado urbano permite capturar las emisiones de buena parte de los vehículos que circulan por la ciudad. Además, actúan como reguladores térmicos; y si disminuimos las temperaturas de la ciudad, podremos reducir también el consumo energético de acondicionar ambientes.

Acciones para la protección de la vida submarina

La Tierra es un sistema, por lo tanto, todas las partes están interrelacionadas. Cuando estudiamos lo que sucede en el océano, podemos dar cuenta de esa vinculación: la mayor parte de la vida del ser humano transcurre en tierra emergida, siendo el océano quizás uno de los territorios más desconocidos del planeta. No obstante, el océano evidencia que sus mayores problemáticas derivan directa o indirectamente de las acciones que se realizan fuera de él. Cuando analizamos los procesos que afectan el equilibrio ambiental en los océanos, todos nos conducen sobre todo a la vida urbana. Por ello, la protección de los ecosistemas marinos implica revisar el modo de vida de la sociedad. Debemos replantearnos nuestros esquemas de consumo, ya que de allí surgen todos los problemas que podemos detectar en los océanos.

 

El calentamiento global en los océanos

Existen numerosas problemáticas que afectan a los océanos. En primer lugar, se ven afectados por el calentamiento global. El aumento de las temperaturas, además de modificar la temperatura del agua oceánica, altera la salinidad de los océanos, dado el derretimiento de los casquetes polares de agua dulce de la Antártida y Groenlandia. Ambos componentes (temperatura y salinidad) están en la base del funcionamiento de las corrientes marinas, que tienen un importante rol como reguladores climáticos. El cambio climático amenaza con alterar severamente esas dinámicas, así como los ecosistemas terrestres y marinos dependientes de ellas.

Pero además, el océano funciona como un enorme sumidero de dióxido de carbono; esto puede parecer positivo a primera vista, ya que estarían depositándose en el océano grandes cantidades de un gas del efecto invernadero. Sin embargo, lo que no estamos considerando es que ese proceso implica la acidificación del agua marina, con la consiguiente muerte de organismos marinos. Entre ellos, los más afectados por los cambios de temperatura, salinidad y acidificación son los corales. Estos organismos cumplen un rol clave no sólo en la protección de las costas sino en la constitución de un rico ecosistema costero. La reducción de los las barreras de coral pone en riesgo severo a las costas, pero sobre todo al equilibrio de la vida marina. Y si tenemos en cuenta que los océanos son el pulmón del planeta, ya que el principal aporte de oxígeno por fotosíntesis proviene de las grandes masas de algas de zonas intertropicales (y no de los árboles, como se cree habitualmente) notaremos que la destrucción de los hábitats marinos está poniendo en riesgo un aspecto clave del equilibrio ambiental planetario.

En este sentido, sólo una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero permitirá el lento reestablecimiento de las condiciones naturales del océano necesarias para la recuperación de sus organismos.

 

El problema de los plásticos 

Una de los principales impactos de las actividades humanas en el océano es el problema de la basura; fundamentalmente, la contaminación con plásticos, que requieren siglos para su degradación. En la actualidad se ha registrado presencia de plásticos en todos los niveles del océano, incluso en lo profundo de las fosas oceánicas. Existen inmensas islas flotantes de plásticos en el corazón de los océanos, formados por el lento arrastre de la basura por las corrientes marinas, que hacen que los materiales se acumulen en ciertos lugares específicos. Las cinco mayores islas de este tipo pueden verse desde el espacio, y sus materiales provienen casi exclusivamente de las actividades continentales. Según los especialistas, en el corto plazo la masa de plásticos superará a la masa de peces; es decir, habrá más plásticos que peces en el océano.

Existe la impresión de que el océano está lleno de bolsas, botellas y materiales plásticos de gran porte; esto quizás es cierto para las zonas costeras, y aunque sea difícil de creer, no se trata del peor problema. Por efecto del Sol y la propia acción del mar, los plásticos van sufriendo un proceso de disgregación que los convierte en microplásticos: partículas plásticas de menos de 5mm de diámetro. Esta fina arena plástica es la que invade los océanos, convirtiéndose en un problema severo. Por sus características, los plásticos tienden a generar asociaciones químicas con metales pesados, tales como el mercurio, el plomo, el cianuro, presentes en el océano gracias a otras fuentes de contaminación. De esta forma, una partícula de microplásticos es un comprimido de contaminantes altamente tóxicos. Al ser partículas tan pequeñas, estos plásticos ingresan a la cadena alimentaria de los animales: se han registrado importantes patologías hepáticas y renales en la fauna marina, asociada al consumo prolongado de metales pesados. 

Pero si pensamos que el problema termina allí, estamos equivocados. Se ha registrado presencia de microplásticos en los organismos humanos, ya que la sociedad forma parte también de la cadena alimentaria. Cada vez que ingerimos pescados y mariscos, estamos incorporando estos contaminantes a nuestro organismo; la mayoría de los cuales son acumulativos y no se eliminan naturalmente. 

La contaminación con plásticos se relaciona directamente con el ritmo de consumo. Es imperioso trabajar para reducir de modo radical la cantidad de residuos que se generan, porque si bien los plásticos son el mayor problema, no son los únicos residuos que van a parar a los océanos. En este sentido, resulta fundamental la reutilización pero sobre todo la reducción de los residuos. Ya no alcanza el reciclaje, puesto que requiere grandes cantidades de agua y energía en su proceso, aumentando las emisiones de gases de efecto invernadero y los efluentes industriales. Debemos aprender a ver la cantidad de materiales que se desperdician en el packaging de nuestros productos; y la cantidad de productos que descartamos innecesariamente, y adoptar formas de consumo más racionales.

 

El consumo en la era global y su impacto en el mar

Otro impacto directo de nuestro nivel de consumo es el aumento de los flujos del comercio marítimo, con sus efectos sobre la contaminación química y sonora de las aguas. Esto se debe al modelo de fragmentación de la producción, que multiplicó el intercambio de productos entre distintas partes del mundo. Esto genera un importante gasto energético que impacta en el calentamiento global, pero a la vez tiene un fuerte impacto ambiental en los océanos. Existen verdaderas autopistas transoceánicas de barcos de gran porte transportando nuestros productos; y el transporte (junto con la industria) es una de las principales fuentes de contaminantes inorgánicos para las aguas. Se hace necesaria entonces una vuelta a las producciones centradas en lo local, que aliviará la presión tanto sobre atmósfera como sobre los mares.

Por otra parte, la demanda creciente de alimentos implica efectos directos sobre los ecosistemas marinos, como la sobrepesca; pero también indirectos, ya que la contaminación con efluentes que contienen agroquímicos fruto de la actividad agrícola también proviene de la mayor demanda en este sentido. Si tomamos en cuenta que el problema del hambre en el mundo no es un asunto de producir más alimentos, sino de reducir la pobreza (algo que queda más que en evidencia cuando observamos la cantidad de alimentos que se desperdician), veremos que también debemos replantearnos también nuestro modo de consumo en este aspecto.

Además, la demanda creciente de combustibles lleva a la búsqueda de nuevas reservas de hidrocarburos. Los peligros de la extracción y transporte de hidrocarburos en el mar es conocida: los derrames de petróleo están catalogados como problemas ambientales que reciben amplia difusión. Sin embargo, el proceso de prospección petrolera es quizás más dañino para los ecosistemas marinos. La exploración se realiza mediante explosiones que generan el ruido más fuerte producido por el hombre después de la detonación de la bomba atómica. Estos ruidos desmesuradamente fuertes alteran la vida de los ecosistemas marinos, sobre todo de aquellos organismos que requieren de su oído para la ubicación. Colonias enteras se desorientan y se pierden en alta mar, de donde no pueden regresar dado que no tienen fuentes de alimento suficientes como para obtener la energía necesaria. El delicado equilibrio de los ecosistemas queda así en jaque, dado que cuando se ve afectado uno de sus componentes, todo el sistema se ve modificado.

El impacto producido en los ecosistemas marinos tanto en la prospección como en la explotación y transporte de petróleo es un subproducto de nuestras exigencias crecientes en materia de energía. Una racionalización en los desplazamientos y en el consumo energético reduciría también los impactos sobre el océano. Finalmente, el consumo de hidrocarburos a gran escala también afecta a la vida marina, ya que los efectos del calentamiento global repercuten en la temperatura y la salinidad de los océanos, alterando las condiciones ecosistémicas.

A esto podemos sumar el problema de los efluentes domésticos e industriales, que son la principal fuente de contaminantes químicos en el océano. El adecuado tratamiento de las aguas permitiría reducir el impacto de estas actividades humanas sobre los ecosistemas marinos. 

Podríamos decir que hace falta más regulación; pero en realidad lo que se necesita con urgencia es una mayor conciencia que lleve a terminar con los niveles actuales de consumo. Estamos generando una presión insostenible sobre los recursos naturales; y lo más triste es que muchos de esos recursos no sólo se desperdician sino que vuelven al entorno natural bajo la forma de contaminantes. El hecho de que el océano, uno de los espacios menos conocidos de nuestro planeta, muestre semejante estado de alteración es una muestra elocuente de esta situación.

Acciones contra el cambio climático

El problema ambiental más importante que enfrenta la humanidad en la actualidad y que puede afectar a corto plazo la supervivencia de la vida como la conocemos en el planeta es el calentamiento global y todos los fenómenos asociados, conocidos como cambio climático. 

Nuestro planeta depende de la energía calórica recibida del Sol, y la atmósfera posee la función de retener parte de ese calor durante las horas en que no llega la radiación solar (en la noche), gracias a ciertos gases denominados Gases del Efecto Invernadero (GEI). El más abundante de ellos es el dióxido de carbono.

Desde mediados del siglo XIX, con la revolución industrial, la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera ha aumentado enormemente, acelerándose de modo alarmante desde la década de 1970. Esto se debe a que nuestro sistema de producción y consumo actual está basado en la dependencia de los combustibles fósiles; mientras que la mayor demanda de productos genera la eliminación de los sumideros de carbono (los bosques). 

El calentamiento global no se percibe de un día para otro ni por fenómenos aislados; sin embargo, se puede verificar que la temperatura promedio en todo el mundo tiene una tendencia a aumentar que se está acelerando. En 1980, la temperatura mundial promedio era 0.25 grados más alta que en las épocas industriales; pero actualmente, 40 años más tarde, ese promedio se ha elevado a un grado por sobre las épocas preindustriales. Al ritmo de emisiones actual, se prevee que para 2060 la temperatura promedio mundial sea dos grados más alta que en la época preindustrial, y llegado a ese umbral, los cambios en la dinámica planetaria serán tan intensos como irreversibles. Por ello, en el Acuerdo de París que entró en vigencia 2016 se fijó la meta de reducir las emisiones para detener el calentamiento y evitar que la temperatura promedio mundial supere el umbral de 1,5 grados respecto a la era preindustrial. Al ritmo de emisiones actuales, ese umbral se alcanzaría en 2040, sin tener en cuenta que cada día las emisiones de GEI aumentan considerablemente.

La propuesta es, entonces, que para lograr el objetivo deberíamos llegar a una emisión 0 de GEI para 2030, y a partir de entonces, comenzar a tener emisiones negativas: esto significa, aumentar los sumideros de carbono para que puedan quitar de la atmósfera el excedente emitido durante tantos años. Cuanto más tiempo tardemos en adoptar medidas, más drásticas tendrán que ser. Entonces, ¿qué deberíamos hacer?

 

Las raíces del asunto

Lo complejo de mitigar el cambio climático y los otros grandes desafíos ambientales de la actualidad es que se requiere un cambio de mentalidad que atraviese todos los ámbitos de la vida y todos los actores sociales. 

El término economía proviene del mundo griego: oikonomía era la correcta administración de los bienes del oikos, la comunidad autosustentable de la época micénica, en un mundo donde no existían monedas y donde el comerciante era despreciado por sacar provecho de las personas con quienes intercambiaba. En algún momento empezamos a considerar economía como sinónimo de actividades monetarias, que buscan la acumulación de dinero. 

Con la Revolución industrial se instaló un modelo basado en el consumo de bienes y servicios y se inició una carrera por aumentar la producción, apoyada en el consumo de combustibles fósiles que son los principales emisores de gases del efecto invernadero. En algún punto, este aumento en la producción mejoró la calidad de vida de las personas y generó hasta cierto nivel una mayor equidad entre ellas, que redundó en un aumento en la población. Entiendo que esto fue el germen de la idea de que en el consumo encontramos satisfacción, porque en aquel momento el consumo sí implicaba mejora en las condiciones de vida.

Sin embargo, en el último medio siglo el afán por producir y consumir más nos ha arrojado a la cadena de trabajar más – producir más – ganar más dinero – consumir más (y así se reinicia el ciclo). Además, ha llevado a sostener una lógica más depredatoria que nunca respecto al planeta, y ha profundizado enormemente las diferencias sociales. Por otra parte, está cada vez más instalado que “hay que ser productivo” económicamente hablando, y reflejarlo en objetos que se puedan mostrar. Valores que antes se consideraban esenciales para el ser humano, como disfrutar de la naturaleza, de los afectos, de las actividades de ocio, son apreciadas desde el discurso pero desdeñadas en la realidad: basta con que alguien diga “estoy trabajando menos porque me alcanza el dinero y quiero tiempo para lo esencial” para que se lo trate de vago. Podría decirse que la carrera por la productividad y el consumo de bienes muchas veces innecesarios nos genera una falsa ilusión de progreso a costo de invertir nuestra vida en conseguirlos, enriqueciendo así a un puñado de personas de nuestro mundo.

 

Las acciones necesarias

Si la emisión de gases de efecto invernadero tiene que ser cero a corto plazo, el cambio debe ser radical y todos debemos comprender que la vida que llevamos ya no será posible; y lo difícil es que esto será más drástico para los que más consumen. No basta con cambiar ciertos hábitos sino que muchas veces implica aprender a privarse de aquello que hoy consideramos indispensable, y aprender a vivir de otra forma. Dejar de pretender que los objetos satisfagan nuestras necesidades emocionales y comenzar a conectar con otro tipo de actividades y valores.

Teniendo en cuenta que la matriz energética está sustentada en las energías provenientes de los combustibles fósiles, reducir su consumo al mínimo es esencial. Esto puede hacerse en el ámbito doméstico, empresarial, estatal (en sus instituciones). Es fundamental reducir el consumo; pretender sostener el nivel de empleo de energía actual no es sustentable. Mucho se habla del reemplazo del petróleo y otros hidrocarburos por energía eléctrica de origen alternativo. Sin embargo, estas formas de generación tienen una serie de desventajas importantes a considerar, como el enorme impacto que dichos procesos tienen para el ambiente en materia de extracción de minerales e instalación de plantas generadoras, la imposibilidad para cubrir los requerimientos energéticos actuales por si solas, la variabilidad en la generación que ponen en riesgo los sistemas de distribución, el alto coste de instalación y mantenimiento, entre otras. En relación con esto, la difusión de vehículos eléctricos no guiados no toma en consideración justamente que la principal fuente de la matriz eléctrica son materiales que generan emisiones de gases de efecto invernadero; o que se genera destrucción de ecosistemas que son cruciales para la mitigación de los efectos del cambio climático.

Como ciudadanos esto requiere un cambio radical para el ahorro energético: eficiencia en la aislación térmica del hogar, aprovechar la luminosidad natural, eficiencia en los desplazamientos por el entorno. También implica tener un consumo responsable que genere menos residuos; de hecho ya no basta con reciclar, ya que esto también consume energía, sino reutilizar y sobre todo reducir las cantidades de bienes que consumimos y de basura que generamos. Esto implica, en muchos casos, privarse concientemente de ciertas cosas de las que dependemos y asumir el desafío de sustituirlas por actividades y modos de vida que nos satisfagan realmente. 

Una reducción en el consumo llevaría a una reducción en la producción, pero esto va contra las reglas de un mundo basado en el crecimiento económico constante. Es por ello que precisamos un cambio en la lógica empresarial, ya que son las lógicas empleadas para vender más, como las formas de la obsolescencia, las que llevan a la dependencia del consumo, y con ello, a la generación de basura, el desperdicio de los recursos naturales, la explotación de la mano de obra, el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Y recordemos que esa producción está orientada a una pequeña porción de la sociedad (el 20% más rico del mundo consume aproximadamente el 90% de los recursos). Un retorno a producciones a menor escala, donde el producto tenga larga vida útil y pueda ser reparado, puede ser clave para reducir las emisiones.

En cuanto al Estado, comencemos por recordar que todos estamos incluidos en él, y que el gobierno es sólo el órgano administrativo. Desde esta perspectiva, existen dos enfoques de acción. Por un lado, uno más doméstico, relativo a la gestión física de las instituciones. Aquí aplican las normas que cada ciudadano puede poner en práctica en su hogar, como ahorro y eficiencia energética y reducción de los residuos. Es de esperar que las prácticas en el hogar puedan replicarse en el trabajo y viceversa. Por otra parte, el Estado tiene el rol de regulación, tanto de generar las normas como de hacerlas cumplir. En este sentido, si reclamamos a los gobernantes acciones, luego también tenemos que ser capaces de soportar sus efectos. Por ejemplo, un endurecimiento en las regulaciones ambientales, con multas y exigencias, pueden generar migración de las empresas y debemos estar preparados para afrontar esas consecuencias.

Quizás este tiempo de pandemia sea un momento propicio para adoptar una actitud reflexiva y comenzar a cambiar estos hábitos. Todo surge de la identificación de aquello que nos resulta esencial y aquello que no; desde el encierro forzado, que nos enfrentó a carencias y privaciones, podemos encontrar qué necesitamos realmente y qué no, y podemos construir hábitos más sustentables para el planeta y para nosotros mismos, ya que en el contexto actual muchas veces se nos va la vida buscando cosas que no necesitamos y que no nos satisfacen.

Ser consumidor responsable

El hecho de ser un consumidor responsable surge primero de un posicionamiento ideológico y de una conciencia personal que da sustento y fundamento a las acciones.

Hace diez años, cuando me mudé al lugar donde vivo actualmente, decidí emprender una forma de vida más responsable. El principio que guió mi acción fue la idea de que yo no soy lo que consumo: mi valor como persona no está dado por la adhesión a pautas de consumo o la imagen que los productos proyectan de mí, sino por mis saberes, mis creencias y mis acciones. 

Esto implicó un trabajo interno para sobre el factor ideológico y psicológico del consumo, y poder generar el espacio mental para plantearme cuál es mi convicción y mi propia idea. Para ello, busqué aislarme lo más posible de las tendencias de la publicidad: instalar ad block en los navegadores, reducir las horas de televisión, valorar la posibilidad de elegir qué ver y qué leer que permite internet. Trabajar sobre estos factores implica superar la idea de que el entorno (natural o social) debe satisfacer servilmente mis caprichos de modo instantáneo, y que en cambio, somos parte de un sistema, en el cual debemos ser parte involucrada y ajustar la satisfacción de nuestros deseos a la mantención del equilibrio de la totalidad.

En el entorno social en el que vivimos, dominado por las estrategias de marketing, branding, greenwashing y similares, esto implicó también cultivar la fortaleza para hacer frente a las críticas o comentarios de otras personas, tales como “por qué no cambias ese celular tan viejo” o “por qué no te comprás un microondas”. 

Todo ese trabajo se tradujo en una serie de hábitos de consumo responsable que fui adoptando gradualmente. A la fecha, podría enumerar las siguientes acciones que tengo integradas a mis rutinas cotidianas.

– Consumo responsable de alimentos: leo y analizo las etiquetas para priorizar aquellos que tienen menos elementos químicos, como conservantes, endulzantes, grasas trans. Evito el consumo de productos listos para consumir y los reemplazo por cocina en casa o por productos elaborados en comercios barriales (pan de panadería en vez de envasado; productos de fábrica de pasta en vez de los industriales). 

– Instalación de filtro de carbón activado para purificar el agua potable de red en el uso tanto para beber como para cocinar.

– Priorizar productos con menos packaging y envases retornables. 

– Priorizar comprar en los comercios del barrio, gestionados por sus propios dueños. Esto implica una faceta humana del consumo frente a las grandes empresas, por ejemplo, de supermercados.

– Separación de residuos reciclables.

– Compostaje de residuos orgánicos. Instalé una compostera al aire libre que me permite digerir los residuos orgánicos de la casa.

– Ahorro energético: revisé el aislamiento de la casa, colocando media sombra en verano que cubra las ventanas y mantenga fresca la casa. Esta protección se levanta durante la noche y se retira en invierno, para favorecer la ventilación en verano y el poder calorífico del sol en invierno. 

– Aprovechar la luz solar para iluminación, pero también para actividades recreativas al aire libre. Reservar el uso de pantallas (por ejemplo, televisión) para recreación en las horas de noche. Desterrar la televisión “de fondo” que nadie mira. 

– Adaptar hábitos para generar eficiencia energética, evitando conductas incoherentes: por ejemplo, no cocinar con el horno en verano, a menos que pueda refrescar la casa naturalmente. Esto reduce el consumo energético, por ejemplo, de usar el aire acondicionado, pero requiere una conciencia de que la alimentación debe regirse no sólo por la pauta de “qué quiero comer” sino por el “qué puedo comer en este momento”. 

– Utilizar las plantas como reguladores térmicos: cubrir superficies expuestas a la radiación solar estival con plantas, implementando por ejemplo una huerta vertical. Para ellas utilizo el producto del compostaje, permitiendo tener producción de modo orgánico.

– Utilizar el transporte público, la bicicleta o el tránsito peatonal en la mayor parte de los desplazamientos. Elegir un auto compacto con bajo consumo de combustible y bajo costo de mantenimiento.

– Reducir el consumo de cosas a lo estrictamente necesario; reparando las cosas que ya tengo y evitando cambiar por “versiones nuevas” productos que son aún funcionales.

Cuando comencé con estas prácticas, pensé que iba a ser un gran trabajo, pero debo decir que no lo fue, se incorporaron de un modo natural y disfruto de las tareas que realizo. Este tipo de consumo tiene como contrapartida que mis ingresos rinden más, de modo que pude reducir mis horarios de trabajo sin perjuicio económico, y tener más tiempo para destinar a cuestiones esenciales como compartir tiempo de calidad con mis seres queridos o dedicarme a mis hobbies.