Fe, amor y prójimo

Siempre creí que la fe nos debía hacer mejores personas: mejores personas con nosotros mismos, con los demás, con el mundo. Que la fe era ante todo un acto de amor y agradecimiento a Dios por la vida, y un compromiso a hacer carne esa fe, a hacer de esa fe una obra. «No se enciende una luz para esconderla en un cajón», dice el Evangelio (Marcos 4, 21).

Siempre creí que la fe ponía en nuestras manos el poder de cambiar el mundo, porque «todo es posible para el que cree»; siempre creí que si quería ver el cambio en el mundo, debía comenzar por hacerme responsable yo de cambiar el mundo de las personas que tengo alrededor. Es por ello que la lectura del Evangelio de Mateo 25, 31-46 me conmovió siempre y es una de las que tengo más presente en mi vida.

Hoy en día, cuando en un momento de flaqueza vuelvo a tratar de reencontrarme con Dios, con mi fe y con todos esos principios en los que basé mi vida, encontré esta lectura, esta reflexión sobre esa cita bíblica que tanto valoro. Y la autora de esa reflexión es, sin duda, una de las personas que trato de tomar como ejemplo de vida. Me pareció también un buen texto para comenzar a reflexionar en este tiempo de Cuaresma que comienza.

Jesús dice: «Cualquier cosa que hagáis al último de vuestros hermanos, es a mí a quien me lo hacéis. Cuando acogéis a un niño, es a mí a quien me acogéis. Si en mi nombre ofrecéis un vaso de agua, es a mí a quien me lo ofrecéis» (Mc 9,37; Mt 10,42). Con el fin de estar seguro de que habíamos comprendido bien lo que decía, afirmó que así es como seríamos juzgados a la hora de nuestra muerte: » Tuve hambre, y me distéis de comer. Estaba desnudo, y me vestisteis. No tenía hogar, y me alojasteis».

No es simplemente hambre de pan de la que se trata; es de un hambre de amor. La desnudez no concierne sólo al vestido; la desnudez es también la falta de dignidad humana y de esta magnífica virtud como es la pureza, así como la falta de respeto unos hacia otros. Estar sin hogar, no es sólo no tener casa; estar sin hogar, también es ser rechazado, excluido, no amado.  

Beata Teresa de Calcuta. Jesús, la palabra hablada, cap. 8